Jardín de las Estelas. Abaurregaina (N) 2010. Pedro Zarrabeitia |
Con algunas excepciones,
como en los cementerios de Etxalar y Urruña,
la estela discoidal desapareció del mapa de Euskal Herria durante el
siglo XIX, debido seguramente a los aires de ilustración y gustos refinados de
esa época, que consideraron a la estela como un elemento tosco y primitivo y
trajeron a los cementerios la moda del mármol y las esculturas piadosas que
todavía perduran. A lo largo del siglo XX se inició un lento proceso de
recuperación que ha ido salpicando de nuevas estelas los cementerios,
especialmente en las grandes capitales y pueblos importantes.
En este proceso
podríamos destacar tres factores que lo explican y que de alguna manera
determinan el estilo y la decoración de las nuevas estelas: el nacimiento de
los partidos nacionalistas a primeros de siglo, con la visión nostálgica del
pasado y la necesidad de señas propias de identidad; el fin del franquismo y
los años de dictadura, con el resurgir del sentimiento vasco de los años sesenta;
y los tiempos actuales, con nuevos planteamientos de urbanismo y arte moderno.
A todo ello contribuye, sin duda, el progresivo conocimiento de la existencia e
importancia del arte funerario vasco, como patrimonio cultural del país, dado a
la luz por investigadores como Frankowski, Colás y Barandiaran.
Estos factores han
generado unos estilos de decoración diferentes, que aunque surgidos en épocas
distintas, han acabado coexistiendo y que han dado lugar a tres tipos de
estelas bien diferenciadas.
En primer lugar,
aparecen las estelas nostálgicas o fruto de una etapa de imitación, en la que
se busca reproducir los modelos tradicionales de las estelas antiguas. Las
encontramos normalmente en los cementerios de Iparralde, coexistiendo con
estelas antiguas, cruces y tumbas modernas. Realizadas con dimensiones y
material parecidos, a veces es difícil distinguirlas de las originales.
En segundo lugar, están
las estelas modernas o de lauburu, en
las que este símbolo, aceptado socialmente como la cruz vasca, acapara la
mayoría de las nuevas tumbas, en compañía de palomas en vuelo y otras
alegorías, que poco tienen que ver con el espíritu y la estética de las viejas
estelas. De grandes dimensiones, asociadas por lo general a panteones
familiares, destacan en las avenidas de los grandes cementerios y en las
ampliaciones ajardinadas de los antiguos.
Es interesante constatar
lo que ha ocurrido con el lauburu a
lo largo de los años. Este símbolo, que se incorporó a la decoración de las
estelas funerarias en el siglo XVII, generado a través de una síntesis de
figuras astrales de la antigüedad, como la esvástica curvilínea y las comas, se
convirtió posteriormente en el motivo por excelencia utilizado por la artesanía
vasca en todo tipo de mobiliario o utensilio tradicional. Pequeñas estelas de
piedra o de madera con su lauburu
grabado son hoy en día objeto de regalo o souvenir. Después de ser entronizado
como uno de los signos de identidad preferidos por el nacionalismo vasco, ha
terminado volviendo a los cementerios y llegando a ser la nueva cruz, específicamente
vasca, de los modernos enterramientos.
Aún reconociendo el
sentir religioso y la impronta vasca de estas estelas modernas, muchas de ellas
no dejan de ser una especie de caricatura de los antiguos monumentos. Lo que
nació hace más de 2000 años como una imagen del sol o de la luna, que quedaba
atrapada en el juego de luces y sombras de su bajorrelieve, pleno de
simbolismos misteriosos, ha pasado a ser un disco delgado de mármol o de
granito pulido donde la luz rebota y las imágenes, la mayoría de las veces de
un gusto amanerado, transmiten el mensaje de una cierta ostentación, dentro de
un rito funerario de consumo.
En tercer lugar, tenemos
las estelas de la etapa escultórica, en la que la estela discoidal pasa a ser
fuente de inspiración para el mundo del arte y posibilita la creación de obras
importantes, de la mano de escultores como Oteiza, Chillida, Basterretxea,
Larrea, etc., que ahondan desde un punto de vista conceptual en el significado
trascendente de las estelas. Las encontramos en lugares públicos y museos y
cumplen una importante función como reconocimiento y memoria cultural de una de
las actividades artísticas más señaladas de nuestros antepasados.
Jardín de estelas
Los nuevos
cementerios-jardín, propuestos por algunos ayuntamientos en las ampliaciones y
reformas de sus antiguos camposantos, facilitan y promueven la implantación de
las nuevas estelas -no olvidemos la labor llevada a cabo en Iparralde por la
asociación Lauburu de Baiona- y constituyen una idea acertada para las pequeñas
localidades, donde las antiguas estelas pueden también situarse en un lugar
adecuado en zonas ajardinadas y ser objeto de una adecuada vigilancia y
mantenimiento. Buen ejemplo de ello son los cementerios de Aurizberri, Bidarrai,
Arrangoitze, Jatsu, etc. Ahora bien, esta idea no parece que se pueda llegar a
aplicar en las grandes poblaciones, donde, debido a los problemas de espacio y
funcionalidad, se camina progresivamente en el sentido contrario, esto es,
hacia cementerios-estanterías con interminables hileras de nichos numerados,
entre calles de cemento.
Pero lo que tiene más
interés no es la ubicación de las nuevas estelas discoidales o el futuro de los
cementerios, sino el de las más de 5000 estelas antiguas, que constituyen
un patrimonio único y que de alguna
manera habría que preservar y dar a conocer, primero en el País Vasco y luego
internacionalmente. Al parecer, el sistema de museos actual no es el idóneo
para tal empeño. Debido a las dificultades de su exposición por problemas de
espacio, iluminación y peso, espléndidas colecciones de estelas de todo Euskal
Herria permanecen guardadas en sus almacenes y, salvo unas pequeñas muestras,
la gran mayoría no son accesibles al público.
Centros de
interpretación
Puede ser más
interesante para su futuro la propuesta ya presentada en algunas localidades
bajo la forma de Jardines de Estelas
o Centros de Interpretación. Tanto el
Jardín de Estelas de Abaurregaina, con su arriesgada desproporción y
des-integración con el entorno, como el Centro de Interpretación de Estelas de
Larzabale, con las estelas bajo techo y alineadas entre barrotes, ofrecen
soluciones novedosas en instalaciones posibles de este tipo, pero no muy
convincentes desde el punto de vista de una aproximación viva y natural al
mundo de las estelas, aunque su intención sea apreciable y el esfuerzo
realizado importante. Sin pecar de nostálgicos, recordamos la antigua
localización de esta última colección de Larzabale en el bosque de la Abadía de
Belloc y la pequeña joya del cementerio antiguo de Irulegi. Lo ideal sería
conseguir que las estelas pudieran estar dispuestas en un entorno natural,
sobre tierra, visibles por ambos lados con la debida orientación, en zonas
extensas pero acotadas, adecuadamente conservadas, un poco al estilo del precioso
cementerio-museo de Arrangoitze, pero sin cementerio.
Quizá este nuevo
planteamiento, desarrollado a un nivel más amplio, un Centro por Territorio, y
con los suficientes recursos, podría crear la
infraestructura necesaria y la base organizativa suficiente para
acometer posteriores tareas de catalogación, recuperación de piezas,
localización de nuevos ejemplares, convocatoria de congresos, reconocimientos
internacionales, etc. El enorme patrimonio arqueológico, etnológico y artístico
que suponen las miles de estelas discoidales, elaboradas a lo largo de dos
milenios por uno de los pueblos más antiguos de Europa, así lo está exigiendo.