Estelas de mujeres del siglo XVII (2004-2009). Pedro Zarrabeitia
A partir del siglo XVI la decoración de las estelas discoidales en
Euskal Herria experimentó un profundo cambio, con la incorporación de los nombres y las fechas, a medida que el pueblo llano se fue alfabetizando. Hasta entonces la
inscripción de textos, tan común en las estelas de influencia romana de los
primeros siglos de nuestra Era, no se había continuado en las estelas autóctonas
en los siglos posteriores, salvo en algunos ejemplares aislados de la época
visigótica con inscripciones también en latín.
Esta evolución se
produjo en los territorios de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa, contribuyendo
al gran desarrollo de las estelas discoidales en esa zona, durante los siglos
XVI, XVII y XVIII. En los demás territorios, especialmente en Araba, Bizkaia y
Gipuzkoa, las sepulturas con estelas habían desaparecido siglos antes y en
Nafarroa coincidió en el tiempo con el cambio de costumbres funerarias y los
enterramientos en el interior de las iglesias, lo que supuso perder el notable
impulso que significó para las estelas la introducción de textos, que por otro
lado se utilizó en las losas sepulcrales y en los dinteles de las casas y que
más tarde se recuperó, aunque con poca fuerza, en algunas estelas tardías del
siglo XIX.
La incorporación de letras y fechas en las estelas facilitó en gran
medida la intencionalidad y el mensaje a trasmitir en la cabecera de las
tumbas. Por un lado, la protección contra el demonio o los malos espíritus, que
hasta entonces se había buscado con la presencia de la cruz y los ancestrales
signos astrológicos, quedó reforzada con la incorporación de los nombres
y monogramas de Jesús y María.
Por otro lado, la identificación de la estela con el nombre del
difunto o de su casa, permitió organizar mejor los cementerios y dio más valor
y perdurabilidad a los monumentos, en su cometido de recuerdo y lugar de
oración. Finalmente, la dificultad de incluir nombres y fechas en el espacio
limitado del disco obligó a los artesanos a distribuir los motivos en nuevas
combinaciones. Así, los pies fueron agrandándose en forma trapezoidal y las
orlas se llenaron de inscripciones al estilo de las monedas de la época.
Las representaciones de instrumentos de los oficios no eran ya
necesarias para la identificación del difunto y pasaron a significar un
complemento de su personalidad o referencia del gremio, a la manera de un sello
decorativo. Todo ello condujo a elevar el nivel artístico de los diseñadores y
la calidad técnica de los canteros. Las estelas ganaron en complejidad,
información, armonía y belleza.
El proceso se inició
probablemente con los monogramas de Jesús y María acompañando a la cruz, de
acuerdo con las directrices del Concilio de Trento y la poderosa influencia de
la Compañía de Jesús. Posteriormente se fueron incorporando las fechas, solas o
junto a los monogramas, y finalmente llegó la aceptación definitiva de los
textos, con la inclusión de los nombres de los difuntos o de sus casas. La
múltiples combinaciones de los tres elementos a inscribir, monogramas, fechas y
nombres, solos o acompañados, hacen difícil su selección y presentación. Por
eso en este libro se dedica un capítulo exclusivamente a los monogramas, dada
su abundancia y fuerza creativa, y el presente a las estelas con nombres y
fechas, dispuestas en orden cronológico desde 1507 hasta 1874.
Mirando desde hoy, y aún cuando la cantidad de ejemplares con
inscripciones no supera el 20% del total, podemos afirmar que la introducción
del lenguaje escrito en las estelas, ha facilitado la labor de los etnólogos al
situar en el tiempo estos monumentos funerarios, tan difíciles de datar para
los investigadores. Ha permitido, también, constatar el uso y evolución de
muchos nombres y apellidos y la convivencia de los tres idiomas utilizados en
aquellos tiempos: el francés y en algún caso el castellano, como idiomas
oficiales; el latín, como lenguaje culto y de la Iglesia y el euskara como idioma
popular.
Finalmente, es importante destacar que la disposición y tipología de
las palabras y los números, de acuerdo a unos patrones probablemente derivados
de las antiguas inscripciones romanas, dio lugar a un estilo de letra de
características propias, que también se utilizó a partir de entonces en las
losas funerarias de la Navarra peninsular y en los dinteles de las casas. Pasó
luego a las cubiertas de los libros y ha perdurado hasta nuestros días,
popularizándose con el nombre de letra
vasca, como una seña más de identidad del país.
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Estelas con la fecha grabada (dibujos) 2011. Pedro Zarrabeitia |
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