Estelas de Urzainki (N) 2009. Pedro Zarrabeitia
El arte de las estelas
es un arte popular. Estos modestos monumentos funerarios, modestos en
comparación con las grandiosas tumbas y mausoleos de la antigüedad, e incluso
en relación con los sepulcros de reyes y nobles de su tiempo, nacen como
encargo, no de los poderosos de la tierra, sino de personajes y familias de
pequeños núcleos humanos, mayoritariamente rurales, como memoria y señalización
del enterramiento de sus muertos. Son obras de arte modestas, dentro del
patrimonio cultural del mundo, pero llenas de contenidos estéticos, simbólicos
y etnográficos, como expresiones de la vida colectiva, las creencias, la
religión, el saber, las costumbres, la organización social y política del
pueblo vasco.
Las estelas discoidales
poseen una serie de características comunes que las convierten en exponentes
importantes de la cultura y el arte popular:
El mantenimiento de su
tradición a lo largo de los siglos, lo que ha permitido acumular una inmensa
cantidad de obras.
La repetición
sistemática del material de piedra y de
su forma externa discoidal.
La continua
incorporación de nuevos motivos de decoración sin abandonar formas y símbolos
ancestrales.
La sencillez y belleza
de sus abstracciones esquemáticas.
La combinación armoniosa
de dibujos autóctonos y foráneos.
Las originales e
inagotables variaciones de un mismo motivo decorativo.
El sentido estético de
las proporciones, la simetría, el ritmo y el equilibrio.
El atractivo misterioso
de muchos de sus símbolos enigmáticos.
En las estelas
discoidales de Euskal Herria, al igual que sucede en las obras artísticas de
todos los pueblos, hay influencias e intercambios con las culturas de los
pueblos de su alrededor, así como con otras expresiones artísticas de su propio
entorno. Esto se da desde la aparición de las primeras estelas, con dibujos de
clara inspiración y simbología astral, compartida con los pueblos celtas, más
tarde con las influencias más o menos acusadas de las dominaciones romana,
visigótica y musulmana y finalmente, tras la implantación definitiva de¡
Cristianismo, con los grandes movimientos europeos del arte románico, gótico,
renacentista, barroco y neoclásico.
“El arte popular de un lugar determinado, en sus formas
generales, corresponde a las necesidades naturales del ambiente. Nada en él es
casual. Aun cuando en muchas ocasiones su verdadero sentido pueda sernos
incomprensible, en sus formas primitivas está ligado, indudablemente, a la
fuente de la misma vida de una agrupación humana. Lo que es la esencia misma de
una obra de arte, la belleza, no se puede encerrar en regla ni prescripción
alguna. La belleza no conoce ninguna evolución ni en el tiempo ni en el espacio.
Las obras de belleza acabada existían ya en el paleolítico, sea como utensilios
de piedra, sea como pinturas en las cuevas, etc.; y el valor de belleza de
aquellas obras de estos desconocidos artistas del paleolítico no es inferior a
las obras maestras del Renacimiento o de los artistas contemporáneos. La
diferencia consiste tan sólo en el grado de saber, en el empleo de distintos
materiales y en el uso de una técnica más acabada e instrumentos de mayor
precisión.
Cada buena forma es la expresión del uso a que ha sido
destinada. Expresa el sentido del objeto dado en relación con el hombre. En su
sencillez y en la finalidad de su construcción está su belleza. Es un rasgo
inconfundible de cada obra de arte el armonioso conjunto de todos sus
componentes, de los cuales cada uno corresponde a un fin determinado.
Se puede deducir, que el arte popular no se diferencia en
sus formas esenciales del arte superior. Se le puede llamar el espejo de la
vida del pueblo en toda su riqueza de manifestaciones espirituales y materiales.
Su particularidad consiste en la diferencia de las condiciones, posibilidades y
medios técnicos, y lo que es más importante, en el ambiente en que se
desenvuelve. El valor del arte popular consiste principalmente en el hecho de
que el pueblo, alejado de los grandes centros de la vida, ha sabido conservar
en sus creaciones un estilo propio, elaborado por muchas generaciones”.
(Eugeniusz Frankowski.
“Cuestiones generales acerca del arte popular vasco”. V Congreso de Estudios
Vascos. Bergara 1930)
Arte primitivo
Lejos de las
manifestaciones mágico-artísticas de las pinturas rupestres y de los abundantes
restos del arte megalítico, las muestras del arte popular en estas tierras se
limitan a los escasos utensilios y adornos de la Edad de los Metales que hoy
podemos contemplar en los museos. La presencia de nuevo de una intención
artística autóctona se da con la aparición de las primeras estelas funerarias
en los siglos próximos al comienzo de nuestra Era.
Las primeras estelas
funerarias de Euskal Herria aparecen entre los siglos II a. C. y II d. C.- y
son una clara muestra de representación geométrica del culto solar en los ritos
funerarios indígenas. Esta inspiración de la simbología astral perdurará a lo
largo de la evolución de la estela durante siglos. La influencia celta, junto
con las aportaciones autóctonas, y la avanzada técnica del trabajo de la piedra
aprendida de la cultura funeraria romana, dieron lugar a una serie de piezas de
gran belleza, localizadas principalmente en Araba y Bizkaia y que
desgraciadamente no tuvieron continuidad en los siglos posteriores.
La geometría aplicada al
diseño tiene en sí misma una belleza asociada inagotable. No parece difícil,
para una mente artística, alcanzar resultados atractivos y estéticos a partir de
dibujos geométricos más o menos complicados. Esta propiedad ha sido utilizada
por el hombre desde tiempos prehistóricos. A lo largo de todas las
civilizaciones, en diferentes partes del mundo, se han ido produciendo
infinidad de figuras geométricas, muchas veces similares, persiguiendo
finalidades funcionales, decorativas, mágicas o religiosas. Líneas paralelas o
en zigzag, círculos, triángulos, esvásticas, ruedas, cruces, estrellas, lazos,
etc. constituyen parte importante del acervo etnográfico y artístico de la
humanidad, desde que el hombre fue consciente de su valor como símbolo y
talismán o como elemento embellecedor de sus herramientas y utensilios.
Navarra medieval
En Euskal Herria el
empleo de decoraciones geométricas en las estelas funerarias discoidales se ha
venido repitiendo, con diversas evoluciones, variantes e interrupciones,
durante más de dos mil años. Floreció especialmente en Navarra durante la Edad
Media, en los siglos de máxima utilización de las estelas como cabecera de
sepulturas o señales en los caminos. Espléndidos artesanos de la piedra
recurrieron con frecuencia al dibujo geométrico, siempre que el uso obligatorio
de los signos de inspiración cristiana o las referencias al difunto se lo
permitían. Utilizaron para ello los antiguos motivos autóctonos de simbología
astral, como flores, estrellas, rayos y ruedas solares, incorporando al mismo
tiempo todas las influencias de los estilos mozárabe, románico y gótico, que
seguramente conocían al participar en la construcción de las ermitas e iglesias
de su tiempo. Para esta época los artesanos encargados de esculpir estelas
estaban ya imbuidos por el arte que se expandía por toda Europa y que
incorporaron a los antiguos cánones de decoración y belleza.
La Iglesia tuvo una gran
influencia en el mundo medieval, no sólo por su gran poder espiritual sino
debido sobre todo a sus poderes políticos y económicos, que le permitieron
competir con ventaja con nobles y reyes en las grandes decisiones de su tiempo.
También fue el principal motor para la extensión del conocimiento de las
ciencias, la historia, la filosofía, el arte y todo el saber acumulado de la
Humanidad. La implantación de miles de monasterios por toda Europa, ejerciendo
de correa de transmisión de todas las manifestaciones culturales de oriente a
occidente, contribuyó a dar forma a las expresiones artísticas que tomaron
cuerpo durante la Edad Media, especialmente el arte románico y el gótico.
Los monasterios de
Leyre, Iratxe, Irantzu, Fitero, Tulebras y la Oliva, fueron sin duda impulsores
del gran florecimiento de las estelas discoidales en Navarra durante la época
medieval. Su gran ascendiente religioso, social y económico, les permitiría
señala las directrices para el desarrollo de los ritos funerarios y la
construcción y los motivos decorativos de las estelas en los enterramientos.
Las influencias románicas y góticas son claramente visibles en las estelas
navarras de esta época y los artesanos navarros supieron desarrollar un sin fin
de variaciones geométricas y filigranas artísticas a partir de ellas.
Pequeños retazos del
arte universal, plasmados en rosetones, claves de bóvedas, arquivoltas,
capiteles y canecillos de iglesias y monasterios, pasaron al modesto soporte de
las estelas en tumbas y caminos. Con el paso del tiempo estas joyas del arte
popular fueron quedando solas en los cementerios, al extenderse durante el
siglo XV la costumbre de enterrar a lo muertos dentro de las iglesias y
desgraciadamente quedaron expuestas a la intemperie, el abandono y el olvido.
Renacimiento
A partir del siglo XVI
se vivió en el norte del país un gran resurgir del uso de las estelas
discoidales, especialmente en el entorno rural, donde su empleo fue
generalizado. Durante un período de cerca de dos siglos este renacimiento dio
lugar a una producción de estelas discoidales sin igual en ninguna otra parte,
más de 3.000, en una época en que su uso estaba casi desaparecido en el resto
de Euskal Herria. Sin abandonar los últimos rasgos de la influencia gótica, los
nuevos aires del Renacimiento, la Contrareforma y los jesuitas, influyeron
notablemente en la iconografía de las estelas, dando paso a una mayor libertad
de improvisación de los artesanos de la piedra, dentro, eso sí, de unas pautas
cristianas más rígidas, que obligaban a incluir una cruz sin adornos en el
reverso de todas las estelas.
Las instrucciones que
seguramente emanaron del Concilio de Trento y el Santo Oficio, reafirmaron el
uso casi exclusivo de la simbología cristiana, aceptando los signos astrales
del pasado como signos celestiales decorativos. Cruces de todos los tipos,
calvarios, monogramas de Jesús y María, corazones y custodias, formaron el
nuevo temario de la decoración de las piedras circulares, con un lenguaje
artístico evolucionado, cercano ya al estilo barroco ornamental.
La nueva imaginería
cristiana impuso la creación de un lenguaje más complicado con los nuevos
símbolos y motivos decorativos y sobre todo con el hecho importante durante
este período de la incorporación de nombres y fechas en las estelas, inscritos en
latín, francés o euskera. Para ello se utilizó tanto la orla exterior del disco
como el pie de la estela, lo que contribuyó a complicar su composición
artística. Motivos continuamente repetidos fueron el hexágono estrellado, la
flor de lis, que ya se utilizada en las monedas del reino de Navarra desde la
Edad Media y que en esa época era símbolo de la realeza francesa –reyes de
Francia y de Navarra-, y el monograma IHS, divulgado por los jesuitas, no en
vano las dos principales cabezas visibles de la Compañía en sus inicios eran
vascos. Asombra contemplar la originalidad y variación de cruces flordelisadas
y monogramas IHS, junto a la flor de seis pétalos tradicional. A finales del
siglo XVII apareció también el lauburu como elemento simbólico y decorativo
propio.
El estilo del Adur
Los pueblos de la
frontera norte de Euskal Herria, en la ribera izquierda del Adur, aportaron un
estilo propio a la decoración de las estelas discoidales vascas, que alcanzó
todo su esplendor durante el siglo XVIII, aplicando a la piedra el virtuosismo
de las tallas en madera de los arcones y otros muebles de la época. Este estilo
destaca por lo recargado de sus motivos decorativos, que se extienden
ampliamente por el pie, dotando a la estela de una altura considerable con la intención
de conseguir espacio para más ornamentos y altura para destacar sobre otros
monumentos funerarios. Se acusa ya la decadencia del uso simbólico tradicional
de la estela en los enterramientos, a medida que va siendo aceptada su
sustitución definitiva por cruces y losas de piedra. Se extendió durante más de
un siglo por los pueblos del norte de Lapurdi, como Mugerre, Hiriburu,
Basusarri, Milafranga, Lehuntze, Urketa, Ahurti, Gixune, llegando su influencia
hasta Arrangoitze, Jatsu y Ahierra.
Las estelas de los
pueblos del Adur se caracterizan por el empleo de elementos tradicionales como
dientes de sierra, pequeños triángulos, flores, ruedas solares y lauburus, de
forma generosa pero, cabe pensar, sin ninguna intención simbólica asociada a
ritos funerarios arcaicos, sino más bien a efectos estéticos y decorativos. En
algunos casos se dan hasta cuatro cenefas dentadas en el borde del disco, lo
que supone un trabajo extraordinario de filigrana sobre piedra, a la par que un
cierto sentido de ostentación ajeno al espíritu religioso del monumento.
También puede interpretarse este alarde ornamental como una expresión acentuada
de los signos de la cultura vasca, que han ido tomando forma a lo largo de los
siglos, y que han sido asumidos definitivamente como propios por los artesanos
de la época.
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