Hilargia eta Hilarria (2008). P. Zarrabeitia
De las múltiples formas a las
que la tradición y los estudios etnográficos atribuyen una simbología astral
desde tiempos del Neolítico, una extensa muestra de ellas está representada en
las estelas vascas: cruces, círculos, ruedas de radios rectos y curvos, orlas
de dientes de sierra y cenefas de triángulos, espirales y triskeles, trazos
repetidos y lazos, lunas en creciente y estrellas, flores de múltiples pétalos
y polígonos estrellados. Entre ellas, hay algunas especialmente preferidas por
los creadores de las estelas discoidales del país, o que se identifican más
plenamente con la idiosincrasia de los vascos, dada la innumerable cantidad de
ejemplares con estos motivos que se repiten a lo largo de más de veinte siglos,
como son los círculos de dientes y de triángulos, las flores hexapétalas y los
polígonos estrellados. Estos últimos los presentamos en un capítulo aparte
“Estelas y estrellas”, dada su especial importancia y teniendo en cuenta que,
aunque en su origen tuvieron un simbolismo astrológico, posteriormente
evolucionaron hacia composiciones
principalmente decorativas y artísticas.
Los primitivos artesanos
de las estelas discoidales adaptaron muchos de estos signos universales
primitivos, incorporándolos a un soporte considerado como la figura perfecta
por antonomasia: el círculo, enigmática fijación durante siglos, asociada desde
el principio a los ritos funerarios de origen astrológico. Al mismo tiempo
incorporaron determinados signos, símbolos y figuras derivados de los ritos y
creencias autóctonas.
La propia forma de la estela
discoidal es, según la opinión más generalizada, un símbolo solar o lunar y la
orientación de su emplazamiento, que suele mirar hacia el este, así lo confirma,
aunque muchos expertos no dudan en relacionarla con la figura humana, sobre
todo cuando se trata de ejemplares con cuello y hombros. Pero, con
independencia del origen y significado de su forma, lo que verdaderamente
interesa, y en eso están todos los estudiosos de acuerdo, es el hecho de que
constituyen un soporte ideal para grabar de forma perdurable una serie de
signos y dibujos, bien sean de carácter protector mágico o religioso, bien sean
identificadores, o bien simplemente decorativos, creados para acompañar al
espíritu de los muertos en el más allá y ofrecer a los vivos un motivo para su
recuerdo y oración. De todos esos signos y dibujos los que más se han utilizado
y repetido a lo largo de los siglos han sido los símbolos astrales, en un
principio de forma muy esquemática, mediante incisiones de líneas geométricas
simples para después ir evolucionando hacia formas más figurativas en
bajorrelieves elaborados.
Desde
la aparición de las primeras estelas discoidales en los siglos previos a nuestra
Era, el principal motivo decorativo de las mismas ha sido el dibujo geométrico
de simbología astral, que los arqueólogos y etnólogos han asociado con las
creencias primitivas relacionadas con los ritos funerarios y el culto al sol.
En un proceso mental muy esquemático y representativo, con una capacidad de
abstracción sorprendente, nuestros antepasados identificaban la forma y el
movimiento del sol, la luna y los astros con círculos, arcos, ruedas, lazos y
espirales sin principio ni fin; la luz solar, con flores de seis o más pétalos
y estrellas de múltiples puntas; los ciclos y ritmos del día y la noche, de las
estaciones y los períodos lunares, con líneas onduladas o en zigzag, con trazos
repetidos y con cenefas de pequeños triángulos alternados.
Todo
un mundo de alegorías nunca escritas, transmitidas de generación en generación
a través de los siglos y que la estela funeraria vasca ha contribuido de forma
notable a conservar a lo largo de la historia, como una crónica grabada en
piedra de la tradición popular.
El Sol
El
culto al sol está en el principio de todas las religiones. Su poder para la
mente del hombre primitivo es absoluto. Con el fin de conseguir la intervención
benefactora de esas fuerzas sobrenaturales y dar expresión a su culto, creó una
serie de monumentos de piedra y de signos inscritos en ellos, que han llegado
hasta nuestros días envueltos en enigmas. La representación gráfica del sol
está tan arraigada en el subconsciente de la Humanidad desde los tiempos más
primitivos, que se ha convertido en el símbolo más utilizado por todas las religiones
y culturas a través de la historia, desde la más estilizada cruz de dos trazos
a la más sofisticada filigrana de un polígono estrellado.
A
partir de la Edad Media la simbología solar no sólo se mantiene como elemento
característico de la decoración de las estelas discoidales vascas, como la ha
hecho a lo largo de los siglos, sino que incluso se multiplica y se hace más
ostensible, como exaltación de los signos cristianos. Soles, estrellas y rayos
solares rodean a la cruz y se identifican con la gracia, la luz y la gloria
divinas. La custodia, depositaria del cuerpo de Cristo, se convierte en la
sublimación del símbolo solar. El diseño de la ornamentación se hace más
complejo y se prolonga a lo largo del pie; el trabajo de la piedra se enriquece
y perfecciona.
La flor de seis pétalos
o hexapétala es uno de los signos gráficos más universalmente conocidos, más incluso que la cruz y la media
luna con su carácter de símbolos religiosos. Desde tiempos tan antiguos como la
Edad del Bronce hasta nuestros días, ha venido siendo utilizado por todas las
civilizaciones, primeramente como símbolo protector asociado a las creencias
astrológicas y ritos funerarios y posteriormente como elemento decorativo del
arte arquitectónico o de la artesanía popular. Como motivo funerario, es de
destacar su utilización en Euskal Herria en las lápidas tabulares de influencia
romana y en las estelas discoidales, donde se repite incansablemente en cientos
de ejemplares.
En muchas de las estelas los
dibujos de hexapétalas ocupan por completo uno de sus dos caras, lo que da una
idea de la importancia que se les concedía frente a los símbolos puramente
cristianos, dotándolas de un gran nivel artístico, tanto por la calidad de su
diseño como por su ejecución. Se puede llegar a pensar que el arte y la belleza
logrados en estas estelas tenían una intención más estética y decorativa que
religiosa o funeraria. Para reafirmar su significado de sepultura cristiana, y
seguramente por imposición eclesial, el otro lado de estas estelas está siempre
grabado con una cruz sencilla.
De acuerdo con los tiempos,
los artífices de las estelas discoidales del país supieron encajar el antiguo
símbolo de la hexapétala en las filigranas de los estilos arquitectónicos del
momento. Para ello buscaron inspiración en los rosetones y las claves de las
bóvedas de las iglesias de su entorno, rivalizando con ellas en bellas y
originales composiciones, difícil labor, sobre todo teniendo en cuenta que los
canteros eran con toda probabilidad artesanos locales.
Es de admirar el partido que
los artesanos vascos de la piedra supieron sacar del motivo de la flor de seis
pétalos y por extensión de la de cuatro, ocho y más pétalos, con su infinidad
de variaciones y combinaciones con otros signos. Es especialmente
significativa, por la abundancia de estelas así decoradas, la asociación de la
hexapétala con el hexágono estrellado o sello de Salomón, con el resultado de
un dibujo complejo pleno de simbolismos y belleza.
Es muy probable que una
divulgación tan extendida del uso de la flor de seis pétalos por todas las
latitudes, se deba a las tres cualidades que la adornan: la facilidad de su
trazado con un compás o una simple cuerda, lo agradecido de su dibujo como
decoración estética y su representación simbólica como la imagen del sol por
excelencia. La gran habilidad de los artesanos para encajar y armonizar los dos
signos más universales –la cruz y la hexapétala- en una misma composición,
facilitó la permisividad del uso de este símbolo de origen pagano.
La Luna
La luna forma parte desde
tiempos remotos de la mitología del pueblo vasco, donde hasta su propio nombre
-hilargia, luz de los muertos- tiene una significación asociada a los ritos
funerarios. Su imagen ha estado incorporada en la decoración de las estelas
desde siglos antes del cristianismo y su representación es abundante en la
nueva época del florecimiento de las estelas discoidales. La intención de dar
sentido cristiano a los antiguos motivos paganos, como se hizo con la figura
del sol que pasó a representar la idea de Dios, la luz del Espíritu Santo y el
triunfo sobre las tinieblas, incluyó, también, la presencia de la luna y las
estrellas, completando los símbolos del Universo bajo el reinado de Jesucristo.
Por otro lado, la evolución
de los dibujos abstractos de las estelas medievales hacia decoraciones más
figurativas como la flor de lis, la figura humana, los animales, los oficios,
etc., tuvo como consecuencia que la decoración con motivos astrales adoptara
formas más realistas como el sol radiante, la luna en fase creciente, las
estrellas o la bola del mundo, aunque ocuparan un segundo plano respecto al
signo de la cruz. De todas formas, en algunas
estelas no parece quedar muy claro ese sentido cristiano, ya que la
imagen de la diosa de la noche parece recordar más bien antiguas creencias de
los antepasados o tal vez otro tipo de códigos misteriosos relacionados con las
ciencias ocultas.
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