Estelas de Etxalar (N) 2008. Pedro Zarrabeitia
Durante los primeros tiempos del Cristianismo, las continuas
persecuciones por parte de los emperadores romanos obligaron a los cristianos a
utilizar símbolos y códigos secretos para protegerse e identificarse entre
ellos. Utilizado ya en los epitafios de las primeras catacumbas de Roma, el que
más ha perdurado es el Crismón, abreviatura del nombre de Cristo en griego,
formada por las dos primeras letras X y P superpuestas. Su gran divulgación y
aceptación como símbolo cristiano se produjo en el siglo IV a raíz de su adopción
como estandarte por el emperador Constantino I, primer emperador romano
convertido al Cristianismo, que lo impuso en todo el Imperio. Su versión
medieval, encerrado en un círculo y con la incorporación de las letras A
(Alfa), W (Omega) y S (Sigma), igualmente asociadas a Jesucristo, tuvo
innumerables representaciones en las iglesias y monasterios de la época.
No obstante, su presencia en las estelas discoidales de Euskal Herria
fue muy escasa, si nos atenemos a la reducida cantidad de ejemplares encontrados.
Este hecho no deja de ser extraño, considerando su extensión por toda la
cristiandad, especialmente en las iglesias medievales, y teniendo en cuenta la
forma propia del crismón, tan fácilmente adaptable a la tipología de las
estelas. Podría interpretarse que este jeroglífico de letras griegas, se hacía
más difícil de entender para los primeros cristianos de estas tierras que la
simple cruz de la crucifixión o el monograma de Jesús IHS, también obtenido a
partir de las letras griegas de su nombre, pero fácilmente latinizadas y
traducidas por el “Jesús Hombre Salvador”.
De hecho el signo cristiano que prevaleció durante la Edad Media en
las estelas vascas, período casi exclusivamente circunscrito al reino de
Navarra, fue la cruz con sus múltiples variaciones, como hemos visto en los
capítulos anteriores. Más tarde, en el siglo
XVI, llegaría la difusión extraordinaria del uso de la estela en los
cementerios de Iparralde y el monograma de Jesús pasaría a ser uno de los
signos más empleados en las decoraciones funerarias, impulsado por dos grandes
santos amantes del nombre de Jesús como San Bernardino de Siena, predicador
franciscano del siglo XV, que lo mostraba en su báculo en los sermones y,
especialmente, San Ignacio de Loyola que lo utilizó como sello personal y
emblema de la Compañía de Jesús.
Las primeras versiones
del monograma IHS aparecen en las estelas vascas durante el siglo XVI, al
principio en su forma más simple, las tres letras en minúscula en un cuadrante
de la estela, para después pasar a ocupar el centro del disco y adquirir el
protagonismo definitivo de su decoración a lo largo del siglo XVII, en lo que
se podría considerar como una de las más curiosas e interesantes muestras de la
evolución de un símbolo gráfico en la historia del arte.
Con sus mil variaciones,
adornos y deformaciones, los canteros vascos demostraron su gran habilidad para
no repetirse y su cualidad, bien demostrada en el mundo de las estelas, para
obtener expresiones artísticas de los motivos más comunes. En estas estelas del
monograma podemos ver influencias de todos los estilos que se manifiestan a
través de múltiples combinaciones, oscilando entre las ornamentaciones más
recargadas hasta el esquematismo casi abstracto de muchos de los dibujos.
A esta riqueza de las
expresiones gráficas del monograma IHS contribuyó, también, la inclusión de
complementos iconográficos como los tres clavos de la Crucifixión, el corazón
de Jesús, la corona radiante, las letras alfa y omega y sobre todo el monograma
MA del nombre de María, con los que se consiguieron combinaciones de una gran
originalidad y belleza.
El nombre de Jesús
Los primeros monogramas de
Jesús y María en las estelas vascas fueron en letras minúsculas y subordinadas
a la cruz central. Posteriormente la tilde de abreviatura se incorporó a la h del IHS, formando la cruz y pasó a constituir la decoración principal del disco. A
partir de ahí, las variaciones en todos los estilos fueron incontables, enriqueciendo el diseño original con todo
tipo de elementos astrales, vegetales y filigranas, e incluyendo motivos
inusuales, como el crucificado de la estela de Arrangoitze o abstracciones como
las de Izize y Maule.
Conviene señalar que los canteros del lado sur de los Pirineos, en
los valles del norte de Navarra, que quizá trabajaban a ambos lados de la
“muga”, formaron parte de este despliegue ornamental del monograma IHS,
incorporándolo en las losas de las tumbas y en las portadas de las casas,
cuando ya las estelas habían desaparecido de los cementerios.
Con la implantación del
monograma de Jesús como motivo innovador en la decoración de las estelas de
Iparralde del siglo XVI, se produjo un gran avance en el nivel artístico y
técnico de los artesanos de la época, que, sujetos a un tema común, tuvieron
que esmerarse para lograr efectos originales y no repetitivos, haciendo
hincapié en la variación y calidad de los adornos acompañantes.
Especialmente
importantes fueron las variaciones labortanas de este monograma (se dieron casi
exclusivamente en Lapurdi), que combinando una rica ornamentación de la cenefa
de la estela con el estilizado, la deformación e incluso la eliminación de
alguna de las letras, consiguieron unos resultados artísticos notables. Las
coronas de dientes y arcos glorifican el nombre de Jesús, así como la
combinación con pequeños símbolos florales y solares. Quedan en el misterio los
posibles mensajes, hoy desconocidos, de la manipulación de las letras del
monograma, como la creación del símbolo geométrico parecido a un dólar, donde
la letra S cobra un gran protagonismo, representando a veces a una serpiente y
consiguiendo resultados plenos de equilibrio y modernidad. La incorporación del
monograma del nombre de María MA y de las letras alfa y omega añadió más
complejidad a las combinaciones.
Alfa y omega
La inclusión de las
letras alfa y omega del Apocalipsis en la iconografía cristiana se dio desde
los primeros tiempos del Cristianismo, tanto solas como añadidas al monograma
de Cristo en el crismón, o colgadas de los brazos de la cruz al estilo
visigótico, como vemos en uno de los sarcófagos de Argiñeta, en este caso en
orden invertido por su carácter de epitafio funerario. En las estelas vascas de
Iparralde su presencia fue muy escasa pero de singular originalidad y belleza,
como puede apreciarse en el ejemplar de Arhantsusi, con las dos letras
superpuestas, ejemplar único entre nuestras estelas, así como en las cuatro
estelas incluidas en el libro, donde las letras alfa y omega envuelven al monograma IHS estilizado que
hemos visto en las páginas anteriores, en un ejercicio de síntesis y equilibrio
que viene a ser la quintaesencia de la estela discoidal vasca de ese período.
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