El apartado "Estelas Discoidales Vascas" es un extracto del libro "Estelas Discoidales de Euskal Herria" de Pedro Zarrabeitia. Editorial Pamiela (2011).

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jueves, 3 de abril de 2014

Estelas Discoidales Vascas. 05 - Símbolos astrales


Hilargia eta Hilarria (2008). P. Zarrabeitia



De las múltiples formas a las que la tradición y los estudios etnográficos atribuyen una simbología astral desde tiempos del Neolítico, una extensa muestra de ellas está representada en las estelas vascas: cruces, círculos, ruedas de radios rectos y curvos, orlas de dientes de sierra y cenefas de triángulos, espirales y triskeles, trazos repetidos y lazos, lunas en creciente y estrellas, flores de múltiples pétalos y polígonos estrellados. Entre ellas, hay algunas especialmente preferidas por los creadores de las estelas discoidales del país, o que se identifican más plenamente con la idiosincrasia de los vascos, dada la innumerable cantidad de ejemplares con estos motivos que se repiten a lo largo de más de veinte siglos, como son los círculos de dientes y de triángulos, las flores hexapétalas y los polígonos estrellados. Estos últimos los presentamos en un capítulo aparte “Estelas y estrellas”, dada su especial importancia y teniendo en cuenta que, aunque en su origen tuvieron un simbolismo astrológico, posteriormente evolucionaron hacia composiciones  principalmente decorativas y artísticas.

Los primitivos artesanos de las estelas discoidales adaptaron muchos de estos signos universales primitivos, incorporándolos a un soporte considerado como la figura perfecta por antonomasia: el círculo, enigmática fijación durante siglos, asociada desde el principio a los ritos funerarios de origen astrológico. Al mismo tiempo incorporaron determinados signos, símbolos y figuras derivados de los ritos y creencias autóctonas.

La propia forma de la estela discoidal es, según la opinión más generalizada, un símbolo solar o lunar y la orientación de su emplazamiento, que suele mirar hacia el este, así lo confirma, aunque muchos expertos no dudan en relacionarla con la figura humana, sobre todo cuando se trata de ejemplares con cuello y hombros. Pero, con independencia del origen y significado de su forma, lo que verdaderamente interesa, y en eso están todos los estudiosos de acuerdo, es el hecho de que constituyen un soporte ideal para grabar de forma perdurable una serie de signos y dibujos, bien sean de carácter protector mágico o religioso, bien sean identificadores, o bien simplemente decorativos, creados para acompañar al espíritu de los muertos en el más allá y ofrecer a los vivos un motivo para su recuerdo y oración. De todos esos signos y dibujos los que más se han utilizado y repetido a lo largo de los siglos han sido los símbolos astrales, en un principio de forma muy esquemática, mediante incisiones de líneas geométricas simples para después ir evolucionando hacia formas más figurativas en bajorrelieves elaborados.

Desde la aparición de las primeras estelas discoidales en los siglos previos a nuestra Era, el principal motivo decorativo de las mismas ha sido el dibujo geométrico de simbología astral, que los arqueólogos y etnólogos han asociado con las creencias primitivas relacionadas con los ritos funerarios y el culto al sol. En un proceso mental muy esquemático y representativo, con una capacidad de abstracción sorprendente, nuestros antepasados identificaban la forma y el movimiento del sol, la luna y los astros con círculos, arcos, ruedas, lazos y espirales sin principio ni fin; la luz solar, con flores de seis o más pétalos y estrellas de múltiples puntas; los ciclos y ritmos del día y la noche, de las estaciones y los períodos lunares, con líneas onduladas o en zigzag, con trazos repetidos y con cenefas de pequeños triángulos alternados.

Todo un mundo de alegorías nunca escritas, transmitidas de generación en generación a través de los siglos y que la estela funeraria vasca ha contribuido de forma notable a conservar a lo largo de la historia, como una crónica grabada en piedra de la tradición popular.

El Sol

El culto al sol está en el principio de todas las religiones. Su poder para la mente del hombre primitivo es absoluto. Con el fin de conseguir la intervención benefactora de esas fuerzas sobrenaturales y dar expresión a su culto, creó una serie de monumentos de piedra y de signos inscritos en ellos, que han llegado hasta nuestros días envueltos en enigmas. La representación gráfica del sol está tan arraigada en el subconsciente de la Humanidad desde los tiempos más primitivos, que se ha convertido en el símbolo más utilizado por todas las religiones y culturas a través de la historia, desde la más estilizada cruz de dos trazos a la más sofisticada filigrana de un polígono estrellado.

A partir de la Edad Media la simbología solar no sólo se mantiene como elemento característico de la decoración de las estelas discoidales vascas, como la ha hecho a lo largo de los siglos, sino que incluso se multiplica y se hace más ostensible, como exaltación de los signos cristianos. Soles, estrellas y rayos solares rodean a la cruz y se identifican con la gracia, la luz y la gloria divinas. La custodia, depositaria del cuerpo de Cristo, se convierte en la sublimación del símbolo solar. El diseño de la ornamentación se hace más complejo y se prolonga a lo largo del pie; el trabajo de la piedra se enriquece y perfecciona.

La flor de seis pétalos o hexapétala es uno de los signos gráficos más universalmente  conocidos, más incluso que la cruz y la media luna con su carácter de símbolos religiosos. Desde tiempos tan antiguos como la Edad del Bronce hasta nuestros días, ha venido siendo utilizado por todas las civilizaciones, primeramente como símbolo protector asociado a las creencias astrológicas y ritos funerarios y posteriormente como elemento decorativo del arte arquitectónico o de la artesanía popular. Como motivo funerario, es de destacar su utilización en Euskal Herria en las lápidas tabulares de influencia romana y en las estelas discoidales, donde se repite incansablemente en cientos de ejemplares.

En muchas de las estelas los dibujos de hexapétalas ocupan por completo uno de sus dos caras, lo que da una idea de la importancia que se les concedía frente a los símbolos puramente cristianos, dotándolas de un gran nivel artístico, tanto por la calidad de su diseño como por su ejecución. Se puede llegar a pensar que el arte y la belleza logrados en estas estelas tenían una intención más estética y decorativa que religiosa o funeraria. Para reafirmar su significado de sepultura cristiana, y seguramente por imposición eclesial, el otro lado de estas estelas está siempre grabado con una cruz sencilla.

De acuerdo con los tiempos, los artífices de las estelas discoidales del país supieron encajar el antiguo símbolo de la hexapétala en las filigranas de los estilos arquitectónicos del momento. Para ello buscaron inspiración en los rosetones y las claves de las bóvedas de las iglesias de su entorno, rivalizando con ellas en bellas y originales composiciones, difícil labor, sobre todo teniendo en cuenta que los canteros eran con toda probabilidad artesanos locales.

Es de admirar el partido que los artesanos vascos de la piedra supieron sacar del motivo de la flor de seis pétalos y por extensión de la de cuatro, ocho y más pétalos, con su infinidad de variaciones y combinaciones con otros signos. Es especialmente significativa, por la abundancia de estelas así decoradas, la asociación de la hexapétala con el hexágono estrellado o sello de Salomón, con el resultado de un dibujo complejo pleno de simbolismos y belleza.

Es muy probable que una divulgación tan extendida del uso de la flor de seis pétalos por todas las latitudes, se deba a las tres cualidades que la adornan: la facilidad de su trazado con un compás o una simple cuerda, lo agradecido de su dibujo como decoración estética y su representación simbólica como la imagen del sol por excelencia. La gran habilidad de los artesanos para encajar y armonizar los dos signos más universales –la cruz y la hexapétala- en una misma composición, facilitó la permisividad del uso de este símbolo de origen pagano.

La Luna

La luna forma parte desde tiempos remotos de la mitología del pueblo vasco, donde hasta su propio nombre -hilargia, luz de los muertos- tiene una significación asociada a los ritos funerarios. Su imagen ha estado incorporada en la decoración de las estelas desde siglos antes del cristianismo y su representación es abundante en la nueva época del florecimiento de las estelas discoidales. La intención de dar sentido cristiano a los antiguos motivos paganos, como se hizo con la figura del sol que pasó a representar la idea de Dios, la luz del Espíritu Santo y el triunfo sobre las tinieblas, incluyó, también, la presencia de la luna y las estrellas, completando los símbolos del Universo bajo el reinado de Jesucristo.

Por otro lado, la evolución de los dibujos abstractos de las estelas medievales hacia decoraciones más figurativas como la flor de lis, la figura humana, los animales, los oficios, etc., tuvo como consecuencia que la decoración con motivos astrales adoptara formas más realistas como el sol radiante, la luna en fase creciente, las estrellas o la bola del mundo, aunque ocuparan un segundo plano respecto al signo de la cruz. De todas formas, en algunas  estelas no parece quedar muy claro ese sentido cristiano, ya que la imagen de la diosa de la noche parece recordar más bien antiguas creencias de los antepasados o tal vez otro tipo de códigos misteriosos relacionados con las ciencias ocultas.