Estelas de Urzainki (N)
05 - Arte en las estelas
El arte de las estelas es un arte popular. Estos
modestos monumentos funerarios, modestos en comparación con las grandiosas
tumbas y mausoleos de la antigüedad, e incluso en relación con los sepulcros de
reyes y nobles de su tiempo, nacen como encargo, no de los poderosos de la
tierra, sino de personajes y familias de pequeños núcleos humanos,
mayoritariamente rurales, como memoria y señalización del enterramiento de sus
muertos. Son obras de arte modestas, dentro del patrimonio cultural del mundo,
pero llenas de contenidos estéticos, simbólicos y etnográficos, como
expresiones de la vida colectiva, las creencias, la religión, el saber, las
costumbres, la organización social y política del pueblo vasco.
Las estelas discoidales poseen una serie de características
comunes que las convierten en exponentes importantes de la cultura y el arte
popular:
El mantenimiento de su tradición a lo largo de los
siglos, lo que ha permitido acumular una inmensa cantidad de obras.
La repetición sistemática del material de piedra
y de su forma externa discoidal.
La continua incorporación de nuevos motivos de
decoración sin abandonar formas y símbolos ancestrales.
La sencillez y belleza de sus abstracciones
esquemáticas.
La combinación armoniosa de dibujos autóctonos y
foráneos.
Las originales e inagotables variaciones de un mismo
motivo decorativo.
El sentido estético de las proporciones, la simetría,
el ritmo y el equilibrio.
El atractivo misterioso de muchos de sus símbolos
enigmáticos.
En las estelas discoidales de Euskal Herria, al igual
que sucede en las obras artísticas de todos los pueblos, hay influencias e
intercambios con las culturas de los pueblos de su alrededor, así como con
otras expresiones artísticas de su propio entorno. Esto se da desde la
aparición de las primeras estelas, con dibujos de clara inspiración y
simbología astral, compartida con los pueblos celtas, más tarde con las
influencias más o menos acusadas de las dominaciones romana, visigótica y
musulmana y finalmente, tras la implantación definitiva de¡ Cristianismo, con
los grandes movimientos europeos del arte románico, gótico, renacentista,
barroco y neoclásico.
“El arte popular de un lugar determinado, en sus
formas generales, corresponde a las necesidades naturales del ambiente. Nada en
él es casual. Aun cuando en muchas ocasiones su verdadero sentido pueda sernos
incomprensible, en sus formas primitivas está ligado, indudablemente, a la
fuente de la misma vida de una agrupación humana. Lo que es la esencia misma de
una obra de arte, la belleza, no se puede encerrar en regla ni prescripción
alguna. La belleza no conoce ninguna evolución ni en el tiempo ni en el
espacio. Las obras de belleza acabada existían ya en el paleolítico, sea como
utensilios de piedra, sea como pinturas en las cuevas, etc.; y el valor de
belleza de aquellas obras de estos desconocidos artistas del paleolítico no es
inferior a las obras maestras del Renacimiento o de los artistas
contemporáneos. La diferencia consiste tan sólo en el grado de saber, en el
empleo de distintos materiales y en el uso de una técnica más acabada e
instrumentos de mayor precisión.
Cada buena forma es la expresión del uso a que ha sido
destinada. Expresa el sentido del objeto dado en relación con el hombre. En su sencillez
y en la finalidad de su construcción está su belleza. Es un rasgo inconfundible
de cada obra de arte el armonioso conjunto de todos sus componentes, de los
cuales cada uno corresponde a un fin determinado.
Se puede deducir, que el arte popular no se diferencia
en sus formas esenciales del arte superior. Se le puede llamar el espejo de la
vida del pueblo en toda su riqueza de manifestaciones espirituales y
materiales. Su particularidad consiste en la diferencia de las condiciones,
posibilidades y medios técnicos, y lo que es más importante, en el ambiente en
que se desenvuelve. El valor del arte popular consiste principalmente en el
hecho de que el pueblo, alejado de los grandes centros de la vida, ha sabido
conservar en sus creaciones un estilo propio, elaborado por muchas
generaciones”.
(Eugeniusz Frankowski. “Cuestiones generales acerca
del arte popular vasco”. V Congreso de Estudios Vascos. Bergara 1930)
Arte primitivo
Lejos de las manifestaciones mágico-artísticas de las
pinturas rupestres y de los abundantes restos del arte megalítico, las muestras
del arte popular en estas tierras se limitan a los escasos utensilios y adornos
de la Edad de los Metales que hoy podemos contemplar en los museos. La
presencia de nuevo de una intención artística autóctona se da con la aparición
de las primeras estelas funerarias en los siglos próximos al comienzo de
nuestra Era.
Las primeras estelas funerarias de Euskal Herria
aparecen entre los siglos II a. C. y II d. C.- y son una clara muestra de
representación geométrica del culto solar en los ritos funerarios indígenas.
Esta inspiración de la simbología astral perdurará a lo largo de la evolución
de la estela durante siglos. La influencia celta, junto con las aportaciones
autóctonas, y la avanzada técnica del trabajo de la piedra aprendida de la
cultura funeraria romana, dieron lugar a una serie de piezas de gran belleza,
localizadas principalmente en Araba y Bizkaia y que desgraciadamente no
tuvieron continuidad en los siglos posteriores.
La geometría aplicada al diseño tiene en sí misma una
belleza asociada inagotable. No parece difícil, para una mente artística,
alcanzar resultados atractivos y estéticos a partir de dibujos geométricos más
o menos complicados. Esta propiedad ha sido utilizada por el hombre desde
tiempos prehistóricos. A lo largo de todas las civilizaciones, en diferentes
partes del mundo, se han ido produciendo infinidad de figuras geométricas,
muchas veces similares, persiguiendo finalidades funcionales, decorativas,
mágicas o religiosas. Líneas paralelas o en zigzag, círculos, triángulos,
esvásticas, ruedas, cruces, estrellas, lazos, etc. constituyen parte importante
del acervo etnográfico y artístico de la humanidad, desde que el hombre fue
consciente de su valor como símbolo y talismán o como elemento embellecedor de
sus herramientas y utensilios.
Navarra medieval
En Euskal Herria el empleo de decoraciones geométricas
en las estelas funerarias discoidales se ha venido repitiendo, con diversas
evoluciones, variantes e interrupciones, durante más de dos mil años. Floreció
especialmente en Navarra durante la Edad Media, en los siglos de máxima
utilización de las estelas como cabecera de sepulturas o señales en los
caminos. Espléndidos artesanos de la piedra recurrieron con frecuencia al
dibujo geométrico, siempre que el uso obligatorio de los signos de inspiración
cristiana o las referencias al difunto se lo permitían. Utilizaron para ello
los antiguos motivos autóctonos de simbología astral, como flores, estrellas,
rayos y ruedas solares, incorporando al mismo tiempo todas las influencias de
los estilos mozárabe, románico y gótico, que seguramente conocían al participar
en la construcción de las ermitas e iglesias de su tiempo. Para esta época los
artesanos encargados de esculpir estelas estaban ya imbuidos por el arte que se
expandía por toda Europa y que incorporaron a los antiguos cánones de
decoración y belleza.
La Iglesia tuvo una gran influencia en el mundo
medieval, no sólo por su gran poder espiritual sino debido sobre todo a sus
poderes políticos y económicos, que le permitieron competir con ventaja con
nobles y reyes en las grandes decisiones de su tiempo. También fue el principal
motor para la extensión del conocimiento de las ciencias, la historia, la
filosofía, el arte y todo el saber acumulado de la Humanidad. La implantación
de miles de monasterios por toda Europa, ejerciendo de correa de transmisión de
todas las manifestaciones culturales de oriente a occidente, contribuyó a dar
forma a las expresiones artísticas que tomaron cuerpo durante la Edad Media,
especialmente el arte románico y el gótico.
Los monasterios de Leyre, Iratxe, Irantzu, Fitero,
Tulebras y la Oliva, fueron sin duda impulsores del gran florecimiento de las
estelas discoidales en Navarra durante la época medieval. Su gran ascendiente
religioso, social y económico, les permitiría señala las directrices para el
desarrollo de los ritos funerarios y la construcción y los motivos decorativos
de las estelas en los enterramientos. Las influencias románicas y góticas son
claramente visibles en las estelas navarras de esta época y los artesanos
navarros supieron desarrollar un sin fin de variaciones geométricas y
filigranas artísticas a partir de ellas.
Pequeños retazos del arte universal, plasmados en
rosetones, claves de bóvedas, arquivoltas, capiteles y canecillos de iglesias y
monasterios, pasaron al modesto soporte de las estelas en tumbas y caminos. Con
el paso del tiempo estas joyas del arte popular fueron quedando solas en los
cementerios, al extenderse durante el siglo XV la costumbre de enterrar a lo
muertos dentro de las iglesias y desgraciadamente quedaron expuestas a la
intemperie, el abandono y el olvido.
Renacimiento
A partir del siglo XVI se vivió en el norte del país
un gran resurgir del uso de las estelas discoidales, especialmente en el
entorno rural, donde su empleo fue generalizado. Durante un período de cerca de
dos siglos este renacimiento dio lugar a una producción de estelas discoidales
sin igual en ninguna otra parte, más de 3.000, en una época en que su uso
estaba casi desaparecido en el resto de Euskal Herria. Sin abandonar los
últimos rasgos de la influencia gótica, los nuevos aires del Renacimiento, la Contrareforma
y los jesuitas, influyeron notablemente en la iconografía de las estelas, dando
paso a una mayor libertad de improvisación de los artesanos de la piedra,
dentro, eso sí, de unas pautas cristianas más rígidas, que obligaban a incluir
una cruz sin adornos en el reverso de todas las estelas.
Las instrucciones que seguramente emanaron del
Concilio de Trento y el Santo Oficio, reafirmaron el uso casi exclusivo de la
simbología cristiana, aceptando los signos astrales del pasado como signos
celestiales decorativos. Cruces de todos los tipos, calvarios, monogramas de
Jesús y María, corazones y custodias, formaron el nuevo temario de la
decoración de las piedras circulares, con un lenguaje artístico evolucionado,
cercano ya al estilo barroco ornamental.
La nueva imaginería cristiana impuso la creación de un
lenguaje más complicado con los nuevos símbolos y motivos decorativos y sobre
todo con el hecho importante durante este período de la incorporación de
nombres y fechas en las estelas, inscritos en latín, francés o euskera. Para
ello se utilizó tanto la orla exterior del disco como el pie de la estela, lo
que contribuyó a complicar su composición artística. Motivos continuamente
repetidos fueron el hexágono estrellado, la flor de lis, que ya se utilizada en
las monedas del reino de Navarra desde la Edad Media y que en esa época era
símbolo de la realeza francesa –reyes de Francia y de Navarra-, y el monograma
IHS, divulgado por los jesuitas, no en vano las dos principales cabezas
visibles de la Compañía en sus inicios eran vascos. Asombra contemplar la
originalidad y variación de cruces flordelisadas y monogramas IHS, junto a la
flor de seis pétalos tradicional. A finales del siglo XVII apareció también el
lauburu como elemento simbólico y decorativo propio.
El estilo del Adur
Los pueblos de la frontera norte de Euskal Herria, en
la ribera izquierda del Aturri, aportaron un estilo propio a la decoración de las
estelas discoidales vascas, que alcanzó todo su esplendor durante el siglo
XVIII, aplicando a la piedra el virtuosismo de las tallas en madera de los
arcones y otros muebles de la época. Este estilo destaca por lo recargado de
sus motivos decorativos, que se extienden ampliamente por el pie, dotando a la
estela de una altura considerable con la intención de conseguir espacio para
más ornamentos y altura para destacar sobre otros monumentos funerarios. Se
acusa ya la decadencia del uso simbólico tradicional de la estela en los
enterramientos, a medida que va siendo aceptada su sustitución definitiva por
cruces y losas de piedra. Se extendió durante más de un siglo por los pueblos
del norte de Lapurdi, como Mugerre, Hiriburu, Basusarri, Milafranga, Lehuntze,
Urketa, Ahurti, Gixune, llegando su influencia hasta Arrangoitze, Jatsu y
Ahierra.
Las estelas de los pueblos del Adur se caracterizan
por el empleo de elementos tradicionales como dientes de sierra, pequeños
triángulos, flores, ruedas solares y lauburus, de forma generosa pero, cabe
pensar, sin ninguna intención simbólica asociada a ritos funerarios arcaicos,
sino más bien a efectos estéticos y decorativos. En algunos casos se dan hasta
cuatro cenefas dentadas en el borde del disco, lo que supone un trabajo
extraordinario de filigrana sobre piedra, a la par que un cierto sentido de
ostentación ajeno al espíritu religioso del monumento. También puede
interpretarse este alarde ornamental como una expresión acentuada de los signos
de la cultura vasca, que han ido tomando forma a lo largo de los siglos, y que
han sido asumidos definitivamente como propios por los artesanos de la época.
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Estela de Zibitze (NB)
06 - Estelas y Estrellas
Los dibujos geométricos son la base de la
decoración de las estelas discoidales, desde su mismo origen. La elaboración de
figuras geométricas por medio de la regla y el compás ha constituido el modus
operandi de los fabricantes de estelas de todas las épocas, desde la
señalización del punto central y el trazado del disco para cortar la piedra,
hasta el más complicado dibujo de un dodecágono estrellado, según parámetros de
la geometría clásica ya establecidos por Euclides 300 años antes de Cristo en
su obra Los elementos.
Formas tan sencillas como líneas paralelas, en
cruz o en zigzag, arcos y círculos concéntricos, empleadas en las estelas
primitivas, dieron paso a dibujos más complicados como ruedas, esvásticas,
hexapétalas, espirales y entrelazados, hasta llegar a los pentagramas,
hexagramas y demás polígonos estrellados, sirviendo de vehículo de expresión de
las diferentes creencias y dando forma a los símbolos de los ritos funerarios.
La mayoría de estas estrellas geométricas se
forman a partir de una circunferencia en la que se encuentran inscritas. Esta
es, sin duda, una de las características que facilita su perfecta adaptación a
las estelas discoidales.
Las principales formas geométricas que han ocupado
las estelas vascas, han sido la flor de seis pétalos o hexapétala, desde
tiempos prehistóricos, la cruz de brazos divergentes curvos, también de
probable origen precristiano y las estrellas o polígonos estrellados de cinco,
seis y más lados, asociadas en Euskal Herria a épocas medievales y posteriores.
La hexapétala, signo solar por excelencia, se ha incluido en el capítulo
de Símbolos astrales y las cruces de Malta y similares forman
parte del capítulo La cruz en las estelas. En el presente capítulo
exponemos una selección de estrellas poligonales, entre las que destacan
especialmente el pentagrama o pentalfa y, sobre todo, el hexagrama o sello de
Salomón.
Pentalfa
El polígono estrellado de cinco lados, pentalfa
o pentagrama, viene envuelto desde la civilización griega en un halo de
misterio, relacionado con las corrientes religiosas y filosóficas de carácter
esotérico y ocultista y con la alquimia, la magia y la astrología. Está
considerado como el símbolo de la perfección, ya que encierra en sus medidas
la sección áurea o proporción divina, el valor j = 1,618
de la relación entre segmentos de determinadas figuras geométricas, como el
pentágono, que ha sido considerado en la antigüedad como el patrón de belleza y
armonía en las obras de arte. Ignoramos hasta qué punto han podido influir
tales características en su inclusión en las estelas vascas -¿misticismo,
protección, signo gremial?- pero no hay duda de que les aportan un toque de
misterio y belleza.
Sello de salomón
El hexagrama o estrella de seis puntas, formado
por dos triángulos equiláteros contrapuestos, es otro de los símbolos
destacados dentro de la iconografía de las estelas discoidales. Llamada
indistintamente estrella de David o sello de Salomón, participa, también, de
todas las leyendas y simbolismos de las ciencias ocultas, cabalísticas y
esotéricas. Aparte de la facilidad y atractivo estético de su trazado dentro de
la circunferencia de la estela, y de la posibilidad de integración de otros
signos tradicionales como cruces y hexapétalas en su zona central, ese carácter
de talismán o símbolo protector que se le ha atribuido, ha podido contribuir a
su difusión extraordinaria en el mundo de las estelas.
Otras estrellas
Del conjunto de 1150 estelas estudiadas por el
autor, cerca de un 10 % corresponden a ejemplares con algún tipo de estrella en
su decoración. Se reparten casi por igual el número de estelas con pentalfas,
el de estelas con el sello de Salomón y el resto. Entre estas últimas figuran
principalmente estrellas de ocho y doce puntas. Se ha considerado que las
coronas estrelladas de más de doce puntas forman parte con más propiedad del
conjunto de símbolos solares que del de las estrellas geométricas, así como algunas
filigranas con forma de estrellas de lados curvos.
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07 – La Cruz en las estelas
Dejando aparte los
signos cruciformes y esvásticas que desde tiempos remotos han adornado las
estelas más primitivas de nuestro entorno, podemos aceptar que las estelas
discoidales han llegado hasta nuestros días gracias a su condición de soporte
funerario del signo de la cruz cristiana, desafiando el dictado de las
diferentes modas y costumbres. Su incorporación a las estelas de la Edad Media,
tras el asentamiento definitivo del cristianismo en Euskal Herria, las rescató
del olvido o la prohibición del período visigótico, promoviendo su renacimiento
y extensa proliferación, primeramente, en el reino de Navarra y con
posterioridad en los territorios de Iparralde.
Una vez aceptada como
obligatoria la presencia del signo de la cruz en los enterramientos como
símbolo de protección y de identidad de la población cristiana, la posibilidad
de utilizar las dos caras de la estela facilitó a los artesanos medievales la
introducción del nuevo símbolo, sin renunciar al mantenimiento de los símbolos
tradicionales de inspiración pagana, dando origen a una organización decorativa
de la estela discoidal que se ha mantenido a lo largo de su historia. Esto es,
por un lado, un motivo principal, elaborado, artístico y cargado de simbología
e información, tanto de inspiración astrológica como cristiana, y que se
considera por parte de los expertos como el anverso, y por el otro, una cruz
sencilla o el monograma IHS, constantemente repetidos, al estilo de las monedas
que los reyes de Navarra empezaron a acuñar en esa época. La cruz más simple de
brazos iguales o cruz griega se adaptó perfectamente al formato circular de la
estela, permitiendo el complemento equilibrado de todo tipo de símbolos
en cada uno de los sectores.
Dentro de la infinita variación de formas que ha adoptado la
cruz en la simbología universal, la estela discoidal presenta un muestrario
prácticamente inigualable, que ha hecho las delicias de los expertos
interesados en las clasificaciones, inventarios y terminologías, que muchas
veces confunden al profano, asignando nombres, épocas y procedencias diversas a
las mismas o parecidas formas de cruces, de la mano de definiciones históricas
procedentes de la arqueología, la heráldica o la numismática. En una época en
que las Ordenes religiosas, las Ordenes militares y las Cruzadas se extendieron
por Europa bajo diferentes formas de la cruz, no es de extrañar su aparición en
las estelas discoidales de Euskal Herria. Cruces de los Templarios, de los
caballeros del Santo Sepulcro, de San Juan de Jerusalén, de los cátaros, de
Calatrava, de Malta, de Santiago, etc., se mezclan en las decoraciones, en
versiones muchas veces borrosas e imprecisas, que dificultan su interpretación.
Es de destacar que no aparecen nunca en la decoración de las estelas vascas las
cruces laureadas visigóticas ni las universalmente conocidas cruces celtas.
Con el fin de que se aprecien mejor las diferencias y
variaciones de los distintos modelos, y sin más rigor que el divulgativo, hemos
distribuido las estelas en varios apartados, atendiendo a la frecuencia e
importancia del uso de cada tipo de cruz en las distintas zonas de Euskal
Herria. Hemos utilizado el apelativo más común con que se les conoce, aunque no
correspondan exactamente con las denominaciones catalogadas de uso habitual en
el mundo de las estelas discoidales y que proceden principalmente de las
propuestas de los investigadores franceses Leo Barbé y Pierre Ucla, conocidas a
través de los Congresos Internacionales de Estelas Funerarias. Consideramos los
siguientes tipos de cruces:
¨ Griegas ¨ Latinas ¨ Recruzadas ¨ Flordelisadas ¨ De
Malta ¨ Especiales
En cada apartado se han incluido las cruces asociadas o
derivadas del prototipo principal y cuando ocupan la posición protagonista en
la decoración del anverso de la estela. Así, por ejemplo, dentro del grupo de
“Cruces de Malta”, están incluidas las formadas con brazos divergentes o
abocinados, ya sean rectos o curvos y con diferentes bases, y que en el argot
de las estelas discoidales han recibido diversos nombres (recordemos las cruces
de Jerusalén de Luis Colas, que J. M. de Barandiarán llama cruces
de Malta) y que representan uno de los símbolos más repetidos en las
estelas de Euskal Herria, muy a menudo en el reverso.
Las cruces que forman parte de monogramas o están
acompañadas de inscripciones y otros motivos más destacados, están incluidas en
los capítulos correspondientes a esas decoraciones. También ocupan un capítulo
especial las estelas que presentan las tres cruces del Calvario, por su
singularidad y su utilización repetida en zonas muy concretas del país.
Sarrikota-pia (NB)
Por todo el verde paisaje de Zuberoa abundan las iglesias de
diferentes épocas y estilos, desde el románico al neoclásico, la mayoría de
porte modesto, pero perfectamente integradas en los pequeños núcleos urbanos,
donde dibujan, junto al frontón abierto, la plaza y las casonas de tejados de
pizarra, las viejas estampas del corazón de Euskal Herria. Por lo general,
permanecen abiertas todo el día, lo mismo que el viejo cementerio junto a sus
muros, donde se mantienen entre flores las antiguas estelas de los antepasados.
Pero hay una característica en muchas de estas pequeñas
iglesias que las hace inconfundibles. Sus tres pináculos de la fachada
principal, rematados con cruces diminutas, y que en algunos casos acogen a las
campanas y al reloj de la iglesia, nos confirman que nos hallamos en el país
suletino. Son las iglesias trinitarias. Ignoramos el origen del nombre y
también la razón de tales remates, aunque se les atribuyen dos posibles
explicaciones. Una, como consagración a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, de donde vendría el apelativo, y la otra, como representación
del calvario de la Crucifixión. Más lógica parece la segunda propuesta si
tenemos en cuenta que en muchos de los casos la pieza central es algo superior
a las dos laterales. En Francia se las conoce con ambos nombres: iglesias
trinitarias o iglesias con calvario. Es curioso comprobar que el alto muro que
soporta los tres pináculos está construido con esa principal función, como
torre para que se vean los pequeños triángulos de lejos, más que como
espadañas, sin ninguna otra decoración y sin sitio de acceso para las campanas,
que muchas veces necesitan de casetas adosadas al muro para su manejo y en
algún caso ni siquiera funcionan como campanarios.
La mayoría de estas iglesias se encuentran localizadas en
Zuberoa y algunas en las zona limítrofes de Nafarroa Beherea.
Estelas de calvario
Esta singularidad de la representación del calvario en las
iglesias se repite en el mundo de las estelas discoidales, donde las tres
cruces que aparecen en la decoración de un buen número de ellas, especialmente
en Zuberoa, nos hace suponer que existe una relación con las iglesias
trinitarias, como podría ser el resultado de una norma especial de la Iglesia o
de una Misión de penitencia y oración, como las que se celebraban
periódicamente por diversas zonas del país. Avala esta suposición la proximidad
en el tiempo, ambas son creaciones de los siglos XVI y XVII; en el espacio,
ubicadas prácticamente unas al lado de las otras en la misma zona geográfica; y
en el concepto, participando de la misma imagen de la crucifixión de Cristo en
el Gólgota.
Zuberoa
Las estelas de calvario de Zuberoa representan una imagen
figurada de la escena de la muerte de Jesucristo con las tres cruces de la
crucifixión. La cruz principal es griega y ocupa todo el disco, apoyada en una
base escalonada. En la mayor parte de los casos son cruces recruzadas o
trilobuladas; dos de ellas tienen cruces flordelisadas, al estilo de Nafarroa
Beherea, y en un solo ejemplar aparece una “cruz de Malta”. Las dos cruces
pequeñas son siempre latinas y están dispuestas a ambos lados de la cruz central,
bajo sus brazos y apoyadas en la misma base. Pequeños círculos, estrellas y
flores de lis completan la decoración.
Entre las estelas de calvario suletinas destacan tres de
ellas por su singularidad: la de Iruri, con tres cruces latinas y una rama de
olivo, en una versión “romántica” del calvario; la de Etxebarre, con la cruz
principal de brazos abocinados curvos, en una aceptación expresa como tal de
este símbolo, que normalmente ocupa el reverso de numerosas estelas; y la de
Altzai, con tres cruces latinas sobre el mismo plano y única con inscripciones,
junto con otra muy parecida en Aribe, Nafarroa.
Nafarroa beherea
En Nafarroa Beherea las estelas de calvario de las zonas
limítrofes con Zuberoa el estilo es similar al de las estelas suletinas, pero
en el valle de Behorlegi a Garazi se da una variante más ilustrada, con la cruz
principal flordelisada y las cruces pequeñas apoyadas en el brazo horizontal.
La decoración aporta también un dato importante, la fecha, aprovechando para
ello el pie de la estela. Destaca entre ellas la estela de Hozta, actualmente
en el museo de Baiona.
Nafarroa
La estelas de calvario navarras se encuentran
concentradas en el valle de Aezkoa, en plenos Pirineos, a pocos kilómetros de
las estelas de Iparralde, con las que presentan un claro parentesco,
especialmente la de Aribe con un evidente parecido con la de Altzai en Zuberoa.
Algunas características que las distinguen son las cruces pequeñas separadas de
la base y con sus propias peanas y los brazos de la cruz principal terminando
en bisel.
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Estelas de Etxalar (N) 2008. Pedro Zarrabeitia
08 – Monogramas IHS y MA
Durante los primeros
tiempos del Cristianismo, las continuas persecuciones por parte de los
emperadores romanos obligaron a los cristianos a utilizar símbolos y códigos
secretos para protegerse e identificarse entre ellos. Utilizado ya en los
epitafios de las primeras catacumbas de Roma, el que más ha perdurado es el
Crismón, abreviatura del nombre de Cristo en griego, formada por las dos
primeras letras X y P superpuestas. Su gran divulgación y aceptación como
símbolo cristiano se produjo en el siglo IV a raíz de su adopción como
estandarte por el emperador Constantino I, primer emperador romano convertido
al Cristianismo, que lo impuso en todo el Imperio. Su versión medieval,
encerrado en un círculo y con la incorporación de las letras A (Alfa), W
(Omega) y S (Sigma), igualmente asociadas a Jesucristo, tuvo innumerables
representaciones en las iglesias y monasterios de la época.
No obstante, su presencia
en las estelas discoidales de Euskal Herria fue muy escasa, si nos atenemos a
la reducida cantidad de ejemplares encontrados. Este hecho no deja de ser
extraño, considerando su extensión por toda la cristiandad, especialmente en
las iglesias medievales, y teniendo en cuenta la forma propia del crismón,
tan fácilmente adaptable a la tipología de las estelas. Podría interpretarse
que este jeroglífico de letras griegas, se hacía más difícil de entender para
los primeros cristianos de estas tierras que la simple cruz de la crucifixión
o el monograma de Jesús IHS, también obtenido a partir de las letras griegas
de su nombre, pero fácilmente latinizadas y traducidas por el “Jesús Hombre
Salvador”.
De hecho el signo
cristiano que prevaleció durante la Edad Media en las estelas vascas, período
casi exclusivamente circunscrito al reino de Navarra, fue la cruz con sus
múltiples variaciones, como hemos visto en los capítulos anteriores.
Más tarde, en el siglo XVI, llegaría la difusión extraordinaria del uso de la
estela en los cementerios de Iparralde y el monograma de Jesús pasaría a ser
uno de los signos más empleados en las decoraciones funerarias, impulsado por
dos grandes santos amantes del nombre de Jesús como San Bernardino de Siena,
predicador franciscano del siglo XV, que lo mostraba en su báculo en los
sermones y, especialmente, San Ignacio de Loyola que lo utilizó como sello
personal y emblema de la Compañía de Jesús.
Las primeras versiones del monograma IHS aparecen en
las estelas vascas durante el siglo XVI, al principio en su forma más simple,
las tres letras en minúscula en un cuadrante de la estela, para después pasar
a ocupar el centro del disco y adquirir el protagonismo definitivo de su
decoración a lo largo del siglo XVII, en lo que se podría considerar como una
de las más curiosas e interesantes muestras de la evolución de un símbolo
gráfico en la historia del arte.
Con sus mil variaciones, adornos y deformaciones,
los canteros vascos demostraron su gran habilidad para no repetirse y su
cualidad, bien demostrada en el mundo de las estelas, para obtener
expresiones artísticas de los motivos más comunes. En estas estelas del
monograma podemos ver influencias de todos los estilos que se manifiestan a
través de múltiples combinaciones, oscilando entre las ornamentaciones más
recargadas hasta el esquematismo casi abstracto de muchos de los dibujos.
A esta riqueza de las expresiones gráficas del
monograma IHS contribuyó, también, la inclusión de complementos iconográficos
como los tres clavos de la Crucifixión, el corazón de Jesús, la corona
radiante, las letras alfa y omega y sobre todo el monograma MA del nombre de
María, con los que se consiguieron combinaciones de una gran originalidad y
belleza.
El nombre de Jesús
Los primeros
monogramas de Jesús y María en las estelas vascas fueron en letras minúsculas
y subordinadas a la cruz central. Posteriormente la tilde de abreviatura se
incorporó a la h del IHS, formando la cruz y pasó a constituir la decoración
principal del disco. A partir de ahí, las variaciones en todos los estilos
fueron incontables, enriqueciendo el diseño original con todo tipo de
elementos astrales, vegetales y filigranas, e incluyendo motivos inusuales,
como el crucificado de la estela de Arrangoitze o abstracciones como las de
Izize y Maule.
Conviene señalar que los
canteros del lado sur de los Pirineos, en los valles del norte de Navarra,
que quizá trabajaban a ambos lados de la “muga”, formaron parte de este
despliegue ornamental del monograma IHS, incorporándolo en las losas de las
tumbas y en las portadas de las casas, cuando ya las estelas habían
desaparecido de los cementerios.
Con la implantación del monograma de Jesús como
motivo innovador en la decoración de las estelas de Iparralde del siglo XVI,
se produjo un gran avance en el nivel artístico y técnico de los artesanos de
la época, que, sujetos a un tema común, tuvieron que esmerarse para lograr
efectos originales y no repetitivos, haciendo hincapié en la variación y
calidad de los adornos acompañantes.
Especialmente importantes fueron las variaciones
labortanas de este monograma (se dieron casi exclusivamente en Lapurdi), que
combinando una rica ornamentación de la cenefa de la estela con el
estilizado, la deformación e incluso la eliminación de alguna de las letras,
consiguieron unos resultados artísticos notables. Las coronas de dientes y
arcos glorifican el nombre de Jesús, así como la combinación con pequeños
símbolos florales y solares. Quedan en el misterio los posibles mensajes, hoy
desconocidos, de la manipulación de las letras del monograma, como la
creación del símbolo geométrico parecido a un dólar, donde la letra S cobra
un gran protagonismo, representando a veces a una serpiente y consiguiendo
resultados plenos de equilibrio y modernidad. La incorporación del monograma
del nombre de María MA y de las letras alfa y omega añadió más complejidad a
las combinaciones.
Alfa y omega
La inclusión de las letras alfa y omega del
Apocalipsis en la iconografía cristiana se dio desde los primeros tiempos del
Cristianismo, tanto solas como añadidas al monograma de Cristo en el crismón,
o colgadas de los brazos de la cruz al estilo visigótico, como vemos en uno
de los sarcófagos de Argiñeta, en este caso en orden invertido por su
carácter de epitafio funerario. En las estelas vascas de Iparralde su
presencia fue muy escasa pero de singular originalidad y belleza, como puede
apreciarse en el ejemplar de Arhantsusi, con las dos letras superpuestas,
ejemplar único entre nuestras estelas, así como en las cuatro estelas
incluidas en el libro, donde las letras alfa y omega envuelven al
monograma IHS estilizado que hemos visto en las páginas anteriores, en un
ejercicio de síntesis y equilibrio que viene a ser la quintaesencia de la
estela discoidal vasca de ese período.
09 – Nombres y fechas
A partir del siglo XVI la decoración de las estelas discoidales en Euskal Herria experimentó un profundo cambio, con la incorporación de los nombres y las fechas, a medida que el pueblo llano se fue alfabetizando. Hasta entonces la inscripción de textos, tan común en las estelas de influencia romana de los primeros siglos de nuestra Era, no se había continuado en las estelas autóctonas en los siglos posteriores, salvo en algunos ejemplares aislados de la época visigótica con inscripciones también en latín.
Esta evolución se produjo en los territorios de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa, contribuyendo al gran desarrollo de las estelas discoidales en esa zona, durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En los demás territorios, especialmente en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, las sepulturas con estelas habían desaparecido siglos antes y en Nafarroa coincidió en el tiempo con el cambio de costumbres funerarias y los enterramientos en el interior de las iglesias, lo que supuso perder el notable impulso que significó para las estelas la introducción de textos, que por otro lado se utilizó en las losas sepulcrales y en los dinteles de las casas y que más tarde se recuperó, aunque con poca fuerza, en algunas estelas tardías del siglo XIX.
La incorporación de letras y fechas en las estelas facilitó en gran medida la intencionalidad y el mensaje a trasmitir en la cabecera de las tumbas. Por un lado, la protección contra el demonio o los malos espíritus, que hasta entonces se había buscado con la presencia de la cruz y los ancestrales signos astrológicos, quedó reforzada con la incorporación de los nombres y monogramas de Jesús y María.
Por otro lado, la identificación de la estela con el nombre del difunto o de su casa, permitió organizar mejor los cementerios y dio más valor y perdurabilidad a los monumentos, en su cometido de recuerdo y lugar de oración. Finalmente, la dificultad de incluir nombres y fechas en el espacio limitado del disco obligó a los artesanos a distribuir los motivos en nuevas combinaciones. Así, los pies fueron agrandándose en forma trapezoidal y las orlas se llenaron de inscripciones al estilo de las monedas de la época.
Las representaciones de instrumentos de los oficios no eran ya necesarias para la identificación del difunto y pasaron a significar un complemento de su personalidad o referencia del gremio, a la manera de un sello decorativo. Todo ello condujo a elevar el nivel artístico de los diseñadores y la calidad técnica de los canteros. Las estelas ganaron en complejidad, información, armonía y belleza.
El proceso se inició probablemente con los monogramas de Jesús y María acompañando a la cruz, de acuerdo con las directrices del Concilio de Trento y la poderosa influencia de la Compañía de Jesús. Posteriormente se fueron incorporando las fechas, solas o junto a los monogramas, y finalmente llegó la aceptación definitiva de los textos, con la inclusión de los nombres de los difuntos o de sus casas. La múltiples combinaciones de los tres elementos a inscribir, monogramas, fechas y nombres, solos o acompañados, hacen difícil su selección y presentación. Por eso en este libro se dedica un capítulo exclusivamente a los monogramas, dada su abundancia y fuerza creativa, y el presente a las estelas con nombres y fechas, dispuestas en orden cronológico desde 1507 hasta 1874.
Mirando desde hoy, y aún cuando la cantidad de ejemplares con inscripciones no supera el 20% del total, podemos afirmar que la introducción del lenguaje escrito en las estelas, ha facilitado la labor de los etnólogos al situar en el tiempo estos monumentos funerarios, tan difíciles de datar para los investigadores. Ha permitido, también, constatar el uso y evolución de muchos nombres y apellidos y la convivencia de los tres idiomas utilizados en aquellos tiempos: el francés y en algún caso el castellano, como idiomas oficiales; el latín, como lenguaje culto y de la Iglesia y el euskara como idioma popular.
Finalmente, es importante destacar que la disposición y tipología de las palabras y los números, de acuerdo a unos patrones probablemente derivados de las antiguas inscripciones romanas, dio lugar a un estilo de letra de características propias, que también se utilizó a partir de entonces en las losas funerarias de la Navarra peninsular y en los dinteles de las casas. Pasó luego a las cubiertas de los libros y ha perdurado hasta nuestros días, popularizándose con el nombre de letra vasca, como una seña más de identidad del país.
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Durante la Edad Media en Navarra y en
siglos posteriores en Iparralde, especialmente en medios rurales, se ha dado la
decoración de las estelas funerarias con útiles y herramientas de trabajo, como
arados, tijeras, martillos, hachas, incluso armas, que desde siempre los
etnólogos han asociado con los oficios de las personas allí enterradas. Como
todo lo relacionado con las estelas discoidales, también esa identificación de
los difuntos con los instrumentos que aparecen en las ellas, plantea múltiples
preguntas. El instrumento dibujado, ¿representa a la persona, al gremio al que
pertenece o es un símbolo más genérico cuyo significado se nos escapa? ¿Con qué
fin se distingue a un difunto por una herramienta tan popular, por ejemplo,
como una azada, si ese útil es empleado por el 90% del pueblo, incluso por las
mujeres? Podía ser explicable tal identificación en el caso de un personaje
destacado en el oficio, como un cantero famoso o un soldado distinguido, o bien
por tratarse de oficios únicos como el herrero o el molinero del pueblo.
Algunos estudiosos del tema han sugerido que la representación en las estelas
funerarias de las herramientas que ha usado el difunto a lo largo de su vida,
viene a ser una especie de recuerdo atávico de las ofrendas y utensilios que se
incluían en los enterramientos en la antigüedad, para acompañar al difunto en
su viaje al otro mundo.
La mayoría de
las herramientas representadas corresponden a trabajos del campo, algo natural
tratándose de pequeñas poblaciones dedicadas a la agricultura y la ganadería.
Sin embargo de las decenas de oficios que se pueden dar en ese entorno sólo
unos pocos tienen su representación en la iconografía funeraria.
Ospitale-pia (Z) 2007. P. Zarrabeitia
Arados, podaderas, martillos, hachas y
azadas, parecen acaparar el trabajo de los canteros a la hora de decorar las
sepulturas. Todos los demás, o bien se consideraban incluidos en éstos,
como si fuesen distintivos de unos códigos determinados, o bien los primeros,
debido a su mayor abundancia, son los que estadísticamente han ido apareciendo
al paso de los siglos. ¿Dónde están representados los músicos, que tan a menudo
aparecen en al imaginería de las iglesias, y los caldereros, mercaderes, escribanos,
plateros, pastores, arrieros, alfareros, alguaciles, panaderos, etc. etc.? Algo
similar ocurre con los oficios de mujeres, pues sólo encontramos en las estelas
llaves y útiles de coser o hilar. ¿No había más oficios que los de hilandera o
cuidadora de la iglesia, o estamos ante una representación simbólica del
personaje femenino, del ama de casa? ¿Por qué en Navarra no se representa
ningún útil específico de mujer? ¿Por qué no se generalizó esta costumbre a la
mayoría de las estelas de la época, limitándose a un pequeño tanto por ciento?
¿Cómo es que no se extendió por el resto de Euskal Herria, estando, en cambio,
presente en Portugal, donde abundan las estelas con decoraciones muy similares?
Dejando estas
preguntas para los investigadores, lo que es interesante destacar es que
la incorporación de esta iconografía de diversos oficios en la decoración de
las estelas, enriqueció sus dibujos y junto a las simplificaciones y
variaciones de los monogramas de Jesús y María y al estilizado de algunas figuras
humanas y de animales, contribuyó al desarrollo de un lenguaje esquemático de
transmisión gráfica de conceptos, que con el paso de los años, y salvando las
distancias, puede verse reflejado en los logotipos y mensajes publicitarios de
hoy en día.
11 - La figura humana
La reproducción de la figura humana en la estela
discoidal vasca es escasa (menos del 2% del total) y casi siempre
enigmática o cuando menos de difícil interpretación. Las representaciones
humanas, frecuentes en las lápidas de influencia romana de principios de
nuestra Era, no se trasladaron a la iconografía de las estelas autóctonas con
la llegada del cristianismo, como así lo hicieron otras decoraciones astrales,
debido probablemente al aniconismo del Antiguo Testamento, adoptado por los
primeros cristianos, que rechazaba cualquier representación de Dios u otros
personajes por su posible aproximación a la adoración de falsos ídolos.
Este rechazo de las imágenes, sustituidas por
los signos, se prolongó durante los primeros siglos del cristianismo y se
ratificó con el ”Deus
adsconditus, invisibilis” del
Concilio de Elvira de principios del siglo IV: “No debe haber imágenes en la
iglesia y menos que sean adoradas e idolatradas en las paredes”.
Posteriormente, en el II Concilio de Nicea del siglo VIII, la Iglesia
reconsideró dicha postura, al condenar a los iconoclastas bizantinos y definió
que ”a semejanza de la
representación de la cruz preciosa y vivificante, del mismo modo las venerables
y santas imágenes, tanto pintadas como realizadas en mosaico o en cualquier
otro material apto, sean expuestas y honradas”.
No tuvo mucho efecto este canon conciliar en los
simbolismos o motivos decorativos de las estelas vascas, que hasta entrada la
Edad Media se limitaron a reproducir cruces y otros temas geométricos astrales
o florales esquemáticos, tomados del románico imperante o de las estelas
primitivas, sin adoptar la revolución que supuso la incorporación de la
imaginería cristiana plena de personajes divinos y humanos.
Llama la
atención el hecho de que no aparezcan escenas clásicas del cristianismo como la
Virgen con el Niño u otros santos, a los que se consideraba intercesores ante
Dios para la salvación de los difuntos, algo adecuado para un monumento
funerario. Al parecer la estela no era un soporte pensado para transmitir a los
fieles el mensaje evangélico, como así lo fueron los relieves de portadas y capiteles
de las iglesias medievales. Por lo general era suficiente la presencia de la
cruz junto a otros signos protectores para pedir una oración y ahuyentar
al demonio, que era lo más importante.
Las pocas
figuras que aparecen son muy simples y esquemáticas, como anuncios de un
cartel. Más que descripciones de personas son representaciones de prototipos:
el cazador, el ama de llaves, el caballero, el pelotari. Es decir, lo mismo que
se quería transmitir en otras estelas con los instrumentos de los diferentes
oficios. La finalidad de la estela no era, en la mayoría de estos casos,
descriptiva, sino informativa y conmemorativa. De todas formas, dada la
dificultad de esculpir figuras especialmente difíciles, como las humanas, su
inclusión en el grabado de la piedra se hacía costosa y complicada y no fue por
ello muy abundante, desapareciendo casi definitivamente cuando en el siglo XVI
se incorporó la escritura a la decoración de las estelas y las personas
fallecidas se identificaron para la posteridad con su nombre y apellido o el de
la casa a la que pertenecían.
La
cantidad de estelas discoidales vascas con figuras humanas es reducida (del
orden de cincuenta), pero su interés y atractivo son indudables. Todas ellas
son singulares y algunas de difícil interpretación. Así el personaje de Arriano con las manos en la cabeza, las mujeres danzantes de las estelas de
Lexantzu y Ligi‑Atherei, que recuerdan a la misteriosa dama con el sol en la mano de la cruz de Aiñarbe; el “hombre universal” de Lakarri; el "extraterrestre" de Natxitua; el caballero de la cruz al pecho de Leintz-Gatzaga; las figuras de la Virgen y San Juan de la estela de
Orotz‑Betelu; los “retratos” de personajes singulares de Sangotza,
Abaurregaina, Irantzu, Goñi, Orotz-Betelu, Itzaltzu y Aurizberri; los increíbles, casi grotescos, Cristos de las
cruces de Aintzille y de la estela de Erango...
12 - Los animales
Hace más de 10.000 años, el simbolismo mágico o
protector que atribuían nuestros antepasados a las representaciones de
determinados animales de su entorno, quedó admirablemente plasmado en las
pinturas rupestres de las cuevas de Santimamiñe, Ekain, Isturits, etc.
Estos dibujos sobre piedra en los lugares más
profundos de las cavernas donde habitaban, formaban, al parecer, parte de sus
ritos funerarios y de las plegarias a sus dioses, pidiendo ayuda para
asegurarse los medios de subsistencia y protección para el espíritu de sus
muertos, en su viaje por la otra vida.
Pasaron los siglos, mejoraron las condiciones
climáticas y el hombre abandonó las cuevas como lugares de vivienda y de
enterramiento. Quizá siguieron pintando sus animales de rito y cacería sobre el
suelo o en los árboles, en las piedras o en los huesos, pero no han quedado
restos de tales manifestaciones.
En algún momento de la II Edad de Hierro –siglos
V al I a. C.– aparece por estas tierras una nueva representación animal con las
mismas apariencias de símbolo protector, mágico o funerario. Es el ídolo de
Mikeldi, encontrado en Iurreta, a no más de 20 Km. de uno de aquellos
primitivos santuarios.
Única en su estilo en Euskal Herria, esta
escultura está emparentada con las más de 300 con forma de toros o verracos
repartidas por la Península Ibérica, especialmente en Ávila y Salamanca. Se
distingue de todas ellas por una especial singularidad: tiene un disco de
piedra entre las patas. ¿Podría ser un precedente de la estela discoidal, como
símbolo representativo de las creencias astrales de nuestros antepasados?. Lo
cierto es que a partir de esa época empiezan a aparecer por estas tierras las
primeras estelas funerarias con forma de disco.
Las estelas discoidales de comienzos de nuestra
Era presentan decoraciones muy esquemáticas de simbología astral, normalmente
con formas geométricas sencillas, que perdurarán durante toda la vida de las
estelas. La representación de animales, aparecerá con frecuencia en las estelas
tabulares de inspiración romana de la misma época, pero no se dará en las
discoidales hasta muchos siglos después, cuando la religión cristiana se
extienda por Euskal Herria, incorporando la iconografía propia de las nuevas
creencias a los ritos funerarios.
La representación de animales es muy rica en la
simbología cristiana. El cordero, el león, el toro, el pez, la serpiente y un
buen número de aves, están presentes en su imaginería desde los primeros
tiempos del cristianismo, cuando la transmisión del mensaje por medio de
imágenes simbólicas era más eficaz, universal e incluso menos peligrosa que el
uso de la palabra escrita. Los animales de todo tipo, utilizados en la
decoración de las iglesias medievales, pudieron ser muchas veces inspiración
para la ornamentación de las estelas, aunque también se podría decir que en
algunas de ellas no está muy clara su relación con la simbología cristiana,
atribuyéndose quizá su empleo a antiguas costumbres o supersticiones populares.
Vamos a ver en las páginas siguientes tres apartados con una muestra de las
representaciones que más se repiten: las aves, el cordero místico y otros
animales.
Agnus Dei
El cordero es uno de los símbolos más antiguos
de representación de Jesucristo en los primeros tiempos del cristianismo, como
animal puro e inocente sacrificado por la salvación de los hombres. Anunciado desde
la antigüedad por los profetas de Israel, se manifiesta expresamente como tal
imagen en los textos evangélicos y en el Apocalipsis.
“Al día siguiente, vio venir a
Jesús y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan
1,29).
”La ciudad no había menester de sol
ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba y su
lumbrera era el Cordero” (Apocalipsis 21,2-23).
Llama la atención la inclusión del
cordero en la decoración de estas estelas discoidales en épocas -siglo XVI o
XVII- en que la representación de Cristo sobre la cruz estaba plenamente
extendida en la iconografía cristiana y la utilización de sus imágenes
simbólicas ya no era necesaria. Sorprende también el hecho de que la aparición
de estas estelas se dé en una zona tan puntual de Zuberoa (v. Mapa del
Cap. 10), exceptuando la estela de Itzaltzu en Nafarroa, a la que por su
parecido incluimos entre los corderos místicos, pero que figura sin cruz. Son
imágenes algo diferentes del agnus
dei que podemos ver en los
abundantes testimonios de la iconografía medieval, como los medallones de las
bóvedas del monasterio de Irantzu, en los que el cordero sostiene con una de
sus patas un banderín con el signo de la cruz.
Las aves
Las aves son los animales que más se representan
en el mundo de las estelas vascas. Su capacidad para volar, velocidad y
ligereza, sus diferentes colores, su canto, las hacen fácilmente asociables a
actitudes y cualidades humanas como la libertad, rapidez, astucia, vista,
belleza, etc., y por ello son utilizadas como símbolos en la mitología de todas
las religiones. También se hallan muy presentes en la mente popular a través de
viejas costumbres y creencias, así como en las historias de fábulas, leyendas y
cuentos infantiles: el cuervo, la lechuza, el búho, el cuco, la urraca, el
ruiseñor, el cisne, la golondrina, etc.
En las casas antiguas de Iparralde se pueden ver
diversos animales en los dinteles decorados de las entradas, donde abundan los
pájaros picoteando las uvas de las parras, como imagen de prosperidad.
En la simbología cristiana, y directamente
relacionadas con los ritos funerarios, varias aves son especialmente
significativas:
La paloma, como símbolo de paz y de inocencia,
que trajo al Arca de Noé la rama de olivo al terminar el diluvio. Representa al
Espíritu Santo.
El águila, representa a Cristo como fuente de
salvación. Es símbolo del Bautismo y también el emblema de San Juan Evangelista.
El pavo real es en el arte cristiano símbolo de
la resurrección de Cristo.
El gallo, símbolo de la vigilia, anunciador del
nuevo día, de la nueva vida.
Otros animales
La decoración de estelas con otro tipo
de animales se aleja del canon tradicional de las estelas de Euskal Herria. No
hay signos cristianos, ni dibujos astrales, ni geometría, ni simetría,
con una aparente distribución errática de los elementos decorativos dentro del
círculo y con un significado más descriptivo que simbólico. Es el caso de las
estelas de Irulegi y de Suhuskune donde se describen actividades de labranza o
de caza.
13 - Estelas con enigma
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La estela discoidal es
uno de esos enigmas que no acaban de ser desentrañados por los etnólogos y
arqueólogos. Al misterio mismo de su forma, origen y procedencia, hay que
añadir su inexplicable aparición y desaparición a lo largo de la historia, su
errática distribución en la Europa Occidental y su extraña fijación final en
torno a los Pirineos.
Se ha hablado y escrito mucho de la interpretación que los
distintos investigadores han dado a la forma de la estela. Símbolo solar,
representación antropomórfica o arte conmemorativo, han quedado como hipótesis
no demostradas, pero válidas, para acercarnos a su conocimiento y comprensión.
A los círculos, ruedas, hexapétalas y estrellas de sus grabados se les ha
llamado signos solares y a las cruces de todo tipo signos religiosos. No nos
vamos a detener aquí en la confusión que generan las diferentes denominaciones
e interpretaciones atribuidas a estos símbolos por distintos autores. Existe
una idea bastante clara de la utilización y simbología de los motivos
cristianos, pero siempre nos quedará la duda de la verdadera explicación de la
utilización repetitiva de determinadas formas geométricas, atribuidas a la
simbología astrológica, como esvásticas, cruces precristianas, ruedas,
pentalfas, estrellas de David o nudos de Salomón, tan apreciadas por las
versiones esotéricas de lo misterioso.
La mayoría de las
inscripciones, sean letras o números, son casi siempre más fáciles de descifrar
para los expertos y no plantean más incógnitas que las de una posible falta de
lectura correcta, por las dificultades debidas al desgaste o a los errores de
trascripción de los canteros, que en algunos casos las convierten en verdaderos
jeroglíficos.
Por otro lado, la atribución a los difuntos de diferentes
oficios según las herramientas que aparecen en las estelas, es un terreno
bastante indefinido, donde surge a veces más de una incógnita. Se da por hecho
que los instrumentos de hilar representan a una mujer hilandera y las llaves a
una ama de casa o guardiana de una iglesia. Son los únicos instrumentos de
oficios de mujer que aparecen en las estelas. Pero, ¿no existían más oficios de
mujer durante la Edad Media?
En cambio, los oficios de varón son más numerosos y
definidos: el podador de viñas, el labrador, el herrero, el zapatero, el
cazador, el cantero, etc. son ocupaciones clásicas de esa época en un medio
rural y así están abundantemente representadas, pero ¿cuántos otros trabajos
han quedado sin dedicatoria a lo largo de cientos de años? ¿Cómo es que nadie
dedicó una estela a los músicos, artesanos, comerciantes, escribanos, joyeros y
cien oficios más? ¿No existirían, en la inclusión de algunos de tales símbolos,
códigos desconocidos hoy para nosotros, relacionados con el rito funerario y el
sentido religioso y místico de aquellos tiempos?.
Y qué decir de los extraños pájaros sin patas de las estelas
de Lekuine, Makea y otros lugares; y de las mujeres danzantes de Ligi-Atherei y
Lexantzü; y de la dificultad que siempre plantea la interpretación de la casi
todas las estelas con presencia humana que hemos visto en capítulos anteriores.
Por fin, existen otra serie de dibujos y signos en las
estelas discoidales que las convierten en documentos realmente enigmáticos o de
difícil interpretación. Son grabados de objetos o signos no fácilmente
reconocibles, bien por ser imaginados bajo parámetros que se nos escapan, bien
por ser deformaciones provocadas por imitaciones poco cuidadosas de canteros
ignorantes o bien debido a variaciones buscadas por la fantasía de los propios
artesanos.
Curiosas deformaciones
de los monogramas de Jesús y María. Extraños signos que se entrelazan y que
parecen complicados jeroglíficos alejados aparentemente de toda simbología
funeraria cristiana. ¿Hay letras o números entre ellos? Dibujos geométricos
incompletos o dislocados. ¿Podemos pensar que puede haber otra interpretación
aparte de la simple torpeza de los canteros?
La llamada cruz de San
Andrés o aspa, no muy frecuente en las estelas de Euskal Herria, es un signo
empleado en grabados de todo tipo desde tiempos prehistóricos y, por lo tanto,
sin ninguna relación probable con simbolismos cristianos, incluso en el caso de
las estelas medievales. Su significado primitivo es desconocido. No obstante,
hay que creer que detrás de la X meramente decorativa existe algo más que una
simple incógnita en estas estelas vascas así como en las estelas gigantes de
Cantabria con sus arcos en forma de aspa.
Hay estelas singulares que además de pertenecer a
la misteriosa familia de las estelas discoidales, y de ser enigmáticas en sí
mismas, son únicas y de difícil adscripción dentro de los diferentes estilos en
que podemos clasificar las estelas de Euskal Herria. Pueden ser residuos
lejanos de originales estelas autóctonas, improvisaciones de artesanos
visionarios o códigos ocultos de predicadores esotéricos. Son enigmas a
resolver.
14 - Estelas de hoy
Con algunas excepciones, como en los cementerios de Etxalar
y Urruña, la estela discoidal desapareció del mapa de Euskal Herria
durante el siglo XIX, debido seguramente a los aires de ilustración y gustos
refinados de esa época, que consideraron a la estela como un elemento tosco y
primitivo y trajeron a los cementerios la moda del mármol y las esculturas
piadosas que todavía perduran. A lo largo del siglo XX se inició un lento
proceso de recuperación que ha ido salpicando de nuevas estelas los
cementerios, especialmente en las grandes capitales y pueblos importantes.
En
este proceso podríamos destacar tres factores que lo explican y que de alguna
manera determinan el estilo y la decoración de las nuevas estelas: el
nacimiento de los partidos nacionalistas a primeros de siglo, con la visión
nostálgica del pasado y la necesidad de señas propias de identidad; el fin del
franquismo y los años de dictadura, con el resurgir del sentimiento vasco de
los años sesenta; y los tiempos actuales, con nuevos planteamientos de
urbanismo y arte moderno. A todo ello contribuye, sin duda, el progresivo
conocimiento de la existencia e importancia del arte funerario vasco, como
patrimonio cultural del país, dado a la luz por investigadores como Frankowski,
Colás y Barandiaran.
Estos
factores han generado unos estilos de decoración diferentes, que aunque
surgidos en épocas distintas, han acabado coexistiendo y que han dado lugar a
tres tipos de estelas bien diferenciadas.
En
primer lugar, aparecen las estelas nostálgicas o fruto de una etapa de
imitación, en la que se busca reproducir los modelos tradicionales de las
estelas antiguas. Las encontramos normalmente en los cementerios de Iparralde,
coexistiendo con estelas antiguas, cruces y tumbas modernas. Realizadas con
dimensiones y material parecidos, a veces es difícil distinguirlas de las
originales.
En
segundo lugar, están las estelas modernas o de lauburu, en las que
este símbolo, aceptado socialmente como la cruz vasca, acapara la mayoría de
las nuevas tumbas, en compañía de palomas en vuelo y otras alegorías, que poco
tienen que ver con el espíritu y la estética de las viejas estelas. De grandes
dimensiones, asociadas por lo general a panteones familiares, destacan en las
avenidas de los grandes cementerios y en las ampliaciones ajardinadas de los
antiguos.
Es
interesante constatar lo que ha ocurrido con el lauburu a lo
largo de los años. Este símbolo, que se incorporó a la decoración de las
estelas funerarias en el siglo XVII, generado a través de una síntesis de
figuras astrales de la antigüedad, como la esvástica curvilínea y las comas, se
convirtió posteriormente en el motivo por excelencia utilizado por la artesanía
vasca en todo tipo de mobiliario o utensilio tradicional. Pequeñas estelas de
piedra o de madera con su lauburu grabado son hoy en día
objeto de regalo o souvenir. Después de ser entronizado como uno de los signos
de identidad preferidos por el nacionalismo vasco, ha terminado volviendo a los
cementerios y llegando a ser la nueva cruz, específicamente vasca, de los
modernos enterramientos.
Aún
reconociendo el sentir religioso y la impronta vasca de estas estelas modernas,
muchas de ellas no dejan de ser una especie de caricatura de los antiguos
monumentos. Lo que nació hace más de 2000 años como una imagen del sol o de la
luna, que quedaba atrapada en el juego de luces y sombras de su bajorrelieve,
pleno de simbolismos misteriosos, ha pasado a ser un disco delgado de mármol o
de granito pulido donde la luz rebota y las imágenes, la mayoría de las veces
de un gusto amanerado, transmiten el mensaje de una cierta ostentación, dentro
de un rito funerario de consumo.
En
tercer lugar, tenemos las estelas de la etapa escultórica, en la que la estela
discoidal pasa a ser fuente de inspiración para el mundo del arte y posibilita
la creación de obras importantes, de la mano de escultores como Oteiza,
Chillida, Basterretxea, Larrea, etc., que ahondan desde un punto de vista
conceptual en el significado trascendente de las estelas. Las encontramos en
lugares públicos y museos y cumplen una importante función como reconocimiento
y memoria cultural de una de las actividades artísticas más señaladas de
nuestros antepasados.
Jardín
de estelas
Los
nuevos cementerios-jardín, propuestos por algunos ayuntamientos en las
ampliaciones y reformas de sus antiguos camposantos, facilitan y promueven la
implantación de las nuevas estelas -no olvidemos la labor llevada a cabo en
Iparralde por la asociación Lauburu de Baiona- y constituyen una idea acertada
para las pequeñas localidades, donde las antiguas estelas pueden también
situarse en un lugar adecuado en zonas ajardinadas y ser objeto de una adecuada
vigilancia y mantenimiento. Buen ejemplo de ello son los cementerios de
Aurizberri, Apozaga, Bidarrai, Arrangoitze, Jatsu, etc. Ahora bien, esta idea no parece
que se pueda llegar a aplicar en las grandes poblaciones, donde, debido a los
problemas de espacio y funcionalidad, se camina progresivamente en el sentido
contrario, esto es, hacia cementerios-estanterías con interminables hileras de
nichos numerados, entre calles de cemento.
Pero
lo que tiene más interés no es la ubicación de las nuevas estelas discoidales o
el futuro de los cementerios, sino el de las más de 5000 estelas antiguas, que
constituyen un patrimonio único y que de alguna manera habría que
preservar y dar a conocer, primero en el País Vasco y luego internacionalmente.
Al parecer, el sistema de museos actual no es el idóneo para tal empeño. Debido
a las dificultades de su exposición por problemas de espacio, iluminación y
peso, espléndidas colecciones de estelas de todo Euskal Herria permanecen
guardadas en sus almacenes y, salvo unas pequeñas muestras, la gran mayoría no
son accesibles al público.
Centros
de interpretación
Puede
ser más interesante para su futuro la propuesta ya presentada en algunas
localidades bajo la forma de Jardines de Estelas o Centros
de Interpretación. Tanto el Jardín de Estelas de Abaurregaina, con su
arriesgada desproporción y des-integración con el entorno, como el Centro de
Interpretación de Estelas de Larzabale, con las estelas bajo techo y alineadas
entre barrotes, ofrecen soluciones novedosas en instalaciones posibles de este
tipo, pero no muy convincentes desde el punto de vista de una aproximación viva
y natural al mundo de las estelas, aunque su intención sea apreciable y el
esfuerzo realizado importante. Sin pecar de nostálgicos, recordamos la antigua
localización de esta última colección de Larzabale en el bosque de la Abadía de
Belloc y la pequeña joya del cementerio antiguo de Irulegi. Lo ideal sería
conseguir que las estelas pudieran estar dispuestas en un entorno natural,
sobre tierra, visibles por ambos lados con la debida orientación, en zonas
extensas pero acotadas, adecuadamente conservadas, un poco al estilo del
precioso cementerio-museo de Arrangoitze, pero sin cementerio.
Quizá este nuevo planteamiento, desarrollado a
un nivel más amplio, un Centro por Territorio, y con los suficientes recursos,
podría crear la infraestructura necesaria y la base organizativa
suficiente para acometer posteriores tareas de catalogación, recuperación de
piezas, localización de nuevos ejemplares, convocatoria de congresos,
reconocimientos internacionales, etc. El enorme patrimonio arqueológico,
etnológico y artístico que suponen las miles de estelas discoidales, elaboradas
a lo largo de dos milenios por uno de los pueblos más antiguos de Europa, así
lo está exigiendo.
Jardín de las estelas. Abaurregaina 2010 (N)
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